Juan Anotnio García Borrego |
Y aquí, las reflexiones de Juan Antonio...
Investigador. Miembro de la Asociación Cubana de la Prensa Cinematográfica (Fédération Internationale de la Presse Cinématographique/ FIPRESCI) desde 1999. Creador y Coordinador General de los Talleres Nacionales de la Crítica Cinematográfica (1993-2003), considerado el evento teórico más importante para especialistas en el país.
REFLEXIONES A PROPÓSITO DEL POST DE MARIO CRESPO
Querido Mario:
Ya te había comentado, en una primera
lectura de tu respuesta a Enrique Álvarez, que lo
que más me gusta de tu reflexión son las
posibilidades que brinda de polemizar, de ponernos a
pensar entre todos cuáles pudieran ser las ideas más
valiosas, dirigidas a mejorar un proyecto cultural
que (incluso los detractores tendrían que
reconocerlo), contribuyó a crear una industria de
cine nacional. Antes, es cierto que existieron
cineastas, pioneros que es ahora que comienzan a ser
reconocidos como se merecen (precisamente el ICAIC
acaba de publicar la impresionante Cronología
del cine cubano, de Arturo Agramonte y
Luciano Castillo), pero lo que se dice una industria cinematográfica, no
existía.
Esto no significa que debamos
concederle al ICAIC los privilegios de un paraíso
fiscal, y lo dejemos exentos del registro crítico.
Si alguien saldría beneficiado con las críticas de
fondo que se le pudieran hacer al instituto sería el
propio ICAIC, o mejor aún, el cine que producen.
Hablo de críticas que, amén de plantear los
problemas, sugieran soluciones, o mejor, caminos
novedosos que merecerían la oportunidad de ser
recorridos, aunque sean errados. Desde luego, en una
nación como la nuestra, donde no nos han educado
para escuchar el criterio adverso y ver en esto la
posibilidad de aprender algo nuevo, la meta se me
antoja una fantasía, o algo a muy largo plazo. Por
eso es que, en última instancia, los problemas que
hoy en día acosan al cine producido por el ICAIC no
resultan responsabilidad del ICAIC como tal, sino
del orden de cosas que han configurado a la sociedad
cubana en la misma cantidad de años que tiene el
Instituto.
Por otro lado, me entusiasma
sobremanera que buena parte de esas críticas y
reflexiones estén partiendo de los propios cineastas
(Jorge Luis Sánchez, Rolando Díaz, Enrique Álvarez,
tú mismo), porque eso les concede una plusvalía que
hasta hace poco se echaba de menos. Y los cuatro
animados por la misma pasión: el amor al cine
cubano. Ya sé que esto de citar a Martí con el fin
de garantizar cierta autoridad en lo que se afirma
se ha convertido en un lugar común, pero cada uno de
estos textos firmados por cineastas me lo han
recordado con este apunte suyo: “Se ha de estudiar
la obra ajena, no como una mujer fea estudia a una
hermosa, que es como los críticos, incapaces casi
siempre de crear, estudian a los que crean”.
Lo de Martí me parece bien en tanto
se refiera a ese tipo de crítica que apenas se
solaza con el comentario festinado, tal vez
ingenioso a la hora de describir los estados de
ánimo del fustigador, mas sin el fijador que aporta
el pensamiento profundo. Pero hay críticos que sí
son capaces de generar, de forma creadora, toda una
corriente de pensamiento que contribuya a que la
creación se supere. Y hay creadores que primero
pensaron el cine (creo que fue el caso de los
fundadores del ICAIC), y luego se lanzaron a la
aventura creativa. En el caso de estas ideas que
estamos moviendo en el blog (y que recuerdo es
apenas eso: un blog personal), no estaría mal
recordar que han surgido a raíz de una propuesta
concreta de Gustavo Arcos: pensar en
una suerte de Semana de Cine Cubano que lo incluya
TODO, precisamente porque estamos hablando desde
una época totalmente ajena a aquella en la que fue
creada el Instituto.
El ICAIC nació en un momento en que
las cinematografías nacionales eran
asistidas por el Estado, lo mismo en Francia que en
Gran Bretaña, en la URSS que en Checoslovaquia. Pero
antes era más fácil centralizar, en cualquier parte
del mundo, ese tipo de producción audiovisual. La
gente necesariamente tenía que acudir a los cines
para ver las películas más impactantes y taquilleras
de aquellas fechas. Las estrategias de producción y
recepción tenían otras características. Era otro
público, y en nuestro caso, como bien dices, “la
Revolución estaba de moda”. Gracias a toda esa
conjura de circunstancias nació y se consolidó el icaicentrismo. Ahora los tiempos son
definitivamente otros. Hay dispersión. Hay red de
redes. Hay independencia para los creadores, aunque
no para quienes exhiben y consumen, que siguen
dependiendo del gusto hegemónico impuesto por las
compañías más poderosas. La primera pregunta sería:
¿qué puede hacer el ICAIC en este nuevo
escenario?, ¿resulta anacrónica una institución de
este tipo?
Esa pregunta me parece más
interesante que otras en las que pareciera que ya se
da por sentado que al ICAIC se le han agotado todas
las razones para existir. Y conecta un poco con la
interrogante de la que te haces eco: ¿dónde
comenzó la decadencia? Comenzó, como bien
sugieres, con la ausencia de un diálogo transparente
y autocrítico entre los creadores y los dirigentes.
Y ahora que hemos tenido acceso al epistolario de
Titón, y a las memorias de Alfredo Guevara, entre
otros libros no menos reveladores, descubrimos que,
efectivamente, ese traumático divorcio se produjo en
fechas bien tempranas. Eran seres humanos, demasiado
humanos, los que se estaban encargando de llevar a la realidad el ansiado sueño.
Pero una cosa es el recuento
histórico, en el cual salen a relucir injusticias,
arbitrariedades, canonización de un tipo de cine que
solo responde a la perspectiva de un pequeño grupo o
autoridades carismáticas, y otra ponernos a pensar
en los desafíos que ya nos está imponiendo el
presente. Un presente donde el audiovisual cada vez
se post-nacionaliza más, pero que a pesar de ello
sigue registrando las huellas de nuestros
compatriotas en las más diversas latitudes. He visto
documentales realizados por cubanos más allá de la
isla, que hablan de nuestros músicos, nuestros
pintores, nuestros teatristas, con una autenticidad
extraordinaria. No es justo que no se les tome en
cuenta como parte del patrimonio audiovisual de la
nación. De allí se derivaría mi segunda pregunta: ¿podría el ICAIC contribuir a que toda
esa producción audiovisual producida por cubanos,
estén donde estén, alcance visibilidad, dialoguen
de manera diáfana con su público natural, y
obtengan el estatus final que se merecen en una
competencia tan limpia como intensa?
Casi al final de tu reflexión
aseguras: “El ICAIC ya jugó su papel y tiene que dar
paso a nuevas formas de organización”. Yo, pese a
todo lo que he combatido hasta ahora el icaicentrismo,
no estaría tan seguro. Creo que aún
no ha tenido la posibilidad de jugar su papel más
ambicioso, debido sobre todo a las cuestiones
políticas que nos dividen y condicionan. El propio
ICAIC muchas veces ha tenido que desgastarse en
polémicas que nos hablan de las resistencias que han
tenido lugar allí a cierto afán pedagógico del
Poder. Sí pienso que quizás sea este el mejor
momento para evaluar de modo crítico, y sin
paternalismo, cuál es el legado que nos va dejando
el Instituto en estos primeros cincuenta y tres años
de su existencia. Hasta ahora lo que hemos tenido,
básicamente, son exaltaciones o descalificaciones
que más bien avisan del nivel de lealtad o rechazo
de aquel que expone en público su criterio. Falta,
sin embargo, el análisis donde quede abolida esa
ficticia disyunción entre el sujeto y el objeto, y
debido a la cual quienes hablan del ICAIC parecieran
sentirse forasteros de un mundo que perciben como
una foto fija: un mundo absolutamente congelado.
Cada vez me convence menos este tipo
de aproximación. Sé que Memorias del
subdesarrollo o Suite Habana existen
y seguirán existiendo independientemente de lo que
yo piense de ellas, pero también sé que sin un
espectador que las perciba y las de a conocer, las
discuta, las legitime o descalifique, serían
prácticamente invisibles. Una película es ella y sus
espectadores. Por eso siempre será tan importante
alguna institución que las ponga en el espacio
público, que posibilite la circulación de esas obras
que aspiran a ser algo más que mera mercancía
(mercancías que, siendo el cine industria, también
tienen que existir).
Resumo: medio siglo después de su
fundación el ICAIC perdura, pero es evidente que los
tiempos son otros, por lo que las metas también
tendrían que ser otras. De allí que en principio me
parezcas razonable cuando dices: “Hay que seguir
regando, sin descanso, pero
en nuevos huertos”. Ahora, ¿en manos de quien
dejamos ese nuevo huerto? (porque no hay que ser
ingenuos: el nuevo huerto tendrá también dueños, con
intereses humanos, demasiado humanos);
¿en manos de los mercaderes?, ¿en manos de
burócratas a los que apenas les importará el rol
propagandístico de las imágenes?, ¿en manos de
“creadores” que se conformarían con disfrutar de lo
heredado sin el más mínimo estímulo para explorar lo
nuevo, lo que aún no conocemos?
El que te hace esta pregunta siente
por el cine cubano (no por el cine del ICAIC, sino
por el cine cubano) una extraña obsesión. Quizás por
eso siga soñando con un espacio donde convivan con
naturalidad, Memorias del subdesarrollo
con Memorias del desarrollo,
Lejanía con Cercanía, o Azúcar amargo con
Boleto al paraíso. Al final, en
esos relatos encontrados están la cara y cruz de
nuestras existencias. Alguien debe responsabilizarse
con la custodia de esa Memoria que no figurará en
nuestras Historias oficiales, pero que describen muy
bien lo que ha sido nuestro día a día en todos estos
años.
Como individuos, ni tú ni yo nada
podemos hacer para que ello se haga realidad, pues
la vida se rige siempre por fuerzas imprevistas que
la razón jamás alcanza a aprehender. Y ante el
fracaso individual, se harán patentes de un plumazo
todos los desmanes del olvido. Es imprescindible
entonces pensar en algo parecido a la idea que hizo
germinar al ICAIC. Ni siquiera sé si deba seguir
llamándose ICAIC, pues tal vez debería comenzar a
pensarse en un nombre más cercano a estos tiempos.
Algo así como “Instituto Cubano de Arte e Industria
Audiovisuales”.
A lo que me refiero es a rescatar el
espíritu aglutinante del principio, sin que ello
implique una obscena imitación de lo que fue aquel
proyecto (nada detesto más que el papel de un dócil
epígono). La imagen del huerto que utilizas me
parece bien, porque nos remite a las semillas que
cíclicamente se van sembrando y que luego nos traen
los nuevos árboles. No en balde tengo entre mis
preferidas una reflexión que Edmundo Desnoes me hizo
llegar cuando preparaba el libro “Cine cubano:
nación, diáspora e identidad”, y que está publicada
en este mismo blog. Dice Desnoes:
“Tengo otra
metáfora que no es la del puente, es la del árbol.
Todos los cubanos somos parte del mismo árbol.
Ustedes, los que están en la isla, son las raíces
abrazadas por la tierra, a veces viven en el fango
nutritivo y en la oscuridad, nosotros flotamos en
el aire, estamos en las ramas, a la intemperie, y
todos los años se nos mueren las hojas. Pero somos
parte del mismo árbol”.
Por eso me pregunto, querido Mario:
¿y no sería mejor que entre todos ayudemos a
resembrar, para bien del cine cubano de todos los
tiempos, el huerto fílmico que ya una vez
conquistamos?
Te abraza siempre cordial,
Juan Antonio
García Borrero
PD: Aprovecho para felicitarte por la
apertura de tu blog, que ya hace unos días enlacé en
mi Blogroll. Ya era hora. Extrañaré tus
contribuciones directas a este sitio, pero me
beneficiaré del eco multiplicado que estoy seguro
generarán tus provocadoras reflexiones en La
Quintica.
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