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sábado, 14 de enero de 2012


Juan Anotnio García Borrego



Y aquí, las reflexiones de Juan Antonio...

Investigador. Miembro de la Asociación Cubana de la Prensa Cinematográfica (Fédération Internationale de la Presse Cinématographique/ FIPRESCI) desde 1999. Creador y Coordinador General de los Talleres Nacionales de la Crítica Cinematográfica (1993-2003), considerado el evento teórico más importante para especialistas en el país.




REFLEXIONES A PROPÓSITO DEL POST DE MARIO CRESPO

Querido Mario:

Ya te había comentado, en una primera lectura de tu respuesta a Enrique Álvarez, que lo que más me gusta de tu reflexión son las posibilidades que brinda de polemizar, de ponernos a pensar entre todos cuáles pudieran ser las ideas más valiosas, dirigidas a mejorar un proyecto cultural que (incluso los detractores tendrían que reconocerlo), contribuyó a crear una industria de cine nacional. Antes, es cierto que existieron cineastas, pioneros que es ahora que comienzan a ser reconocidos como se merecen (precisamente el ICAIC acaba de publicar la impresionante Cronología del cine cubano, de Arturo Agramonte y Luciano Castillo), pero lo que se dice una industria cinematográfica, no existía.

Esto no significa que debamos concederle al ICAIC los privilegios de un paraíso fiscal, y lo dejemos exentos del registro crítico. Si alguien saldría beneficiado con las críticas de fondo que se le pudieran hacer al instituto sería el propio ICAIC, o mejor aún, el cine que producen. Hablo de críticas que, amén de plantear los problemas, sugieran soluciones, o mejor, caminos novedosos que merecerían la oportunidad de ser recorridos, aunque sean errados. Desde luego, en una nación como la nuestra, donde no nos han educado para escuchar el criterio adverso y ver en esto la posibilidad de aprender algo nuevo, la meta se me antoja una fantasía, o algo a muy largo plazo. Por eso es que, en última instancia, los problemas que hoy en día acosan al cine producido por el ICAIC no resultan responsabilidad del ICAIC como tal, sino del orden de cosas que han configurado a la sociedad cubana en la misma cantidad de años que tiene el Instituto.   

Por otro lado, me entusiasma sobremanera que buena parte de esas críticas y reflexiones estén partiendo de los propios cineastas (Jorge Luis Sánchez, Rolando Díaz, Enrique Álvarez, tú mismo), porque eso les concede una plusvalía que hasta hace poco se echaba de menos. Y los cuatro animados por la misma pasión: el amor al cine cubano. Ya sé que esto de citar a Martí con el fin de garantizar cierta autoridad en lo que se afirma se ha convertido en un lugar común, pero cada uno de estos textos firmados por cineastas me lo han recordado con este apunte suyo: “Se ha de estudiar la obra ajena, no como una mujer fea estudia a una hermosa, que es como los críticos, incapaces casi siempre de crear, estudian a los que crean”.  

Lo de Martí me parece bien en tanto se refiera a ese tipo de crítica que apenas se solaza con el comentario festinado, tal vez ingenioso a la hora de describir los estados de ánimo del fustigador, mas sin el fijador que aporta el pensamiento profundo. Pero hay críticos que sí son capaces de generar, de forma creadora, toda una corriente de pensamiento que contribuya a que la creación se supere. Y hay creadores que primero pensaron el cine (creo que fue el caso de los fundadores del ICAIC), y luego se lanzaron a la aventura creativa. En el caso de estas ideas que estamos moviendo en el blog (y que recuerdo es apenas eso: un blog personal), no estaría mal recordar que han surgido a raíz de una propuesta concreta de Gustavo Arcos: pensar en una suerte de Semana de Cine Cubano que lo incluya TODO, precisamente porque estamos hablando desde una época totalmente ajena a aquella en la que fue creada el Instituto.

El ICAIC nació en un momento en que las cinematografías nacionales eran asistidas por el Estado, lo mismo en Francia que en Gran Bretaña, en la URSS que en Checoslovaquia. Pero antes era más fácil centralizar, en cualquier parte del mundo, ese tipo de producción audiovisual. La gente necesariamente tenía que acudir a los cines para ver las películas más impactantes y taquilleras de aquellas fechas. Las estrategias de producción y recepción tenían otras características. Era otro público, y en nuestro caso, como bien dices, “la Revolución estaba de moda”. Gracias a toda esa conjura de circunstancias nació y se consolidó el icaicentrismo. Ahora los tiempos son definitivamente otros. Hay dispersión. Hay red de redes. Hay independencia para los creadores, aunque no para quienes exhiben y consumen, que siguen dependiendo del gusto hegemónico impuesto por las compañías más poderosas. La primera pregunta sería: ¿qué puede hacer el ICAIC en este nuevo escenario?, ¿resulta anacrónica una institución de este tipo?

Esa pregunta me parece más interesante que otras en las que pareciera que ya se da por sentado que al ICAIC se le han agotado todas las razones para existir. Y conecta un poco con la interrogante de la que te haces eco: ¿dónde comenzó la decadencia? Comenzó, como bien sugieres, con la ausencia de un diálogo transparente y autocrítico entre los creadores y los dirigentes. Y ahora que hemos tenido acceso al epistolario de Titón, y a las memorias de Alfredo Guevara, entre otros libros no menos reveladores, descubrimos que, efectivamente, ese traumático divorcio se produjo en fechas bien tempranas. Eran seres humanos, demasiado humanos, los que se estaban encargando de llevar  a la realidad el ansiado sueño.

Pero una cosa es el recuento histórico, en el cual salen a relucir injusticias, arbitrariedades, canonización de un tipo de cine que solo responde a la perspectiva de un pequeño grupo o autoridades carismáticas, y otra ponernos a pensar en los desafíos que ya nos está imponiendo el presente. Un presente donde el audiovisual cada vez se post-nacionaliza más, pero que a pesar de ello sigue registrando las huellas de nuestros compatriotas en las más diversas latitudes. He visto documentales realizados por cubanos más allá de la isla, que hablan de nuestros músicos, nuestros pintores, nuestros teatristas, con una autenticidad extraordinaria. No es justo que no se les tome en cuenta como parte del patrimonio audiovisual de la nación. De allí se derivaría mi segunda pregunta: ¿podría el ICAIC contribuir a que toda esa producción audiovisual producida por cubanos, estén donde estén, alcance visibilidad, dialoguen de manera diáfana con su público natural, y obtengan el estatus final que se merecen en una competencia tan limpia como intensa?

Casi al final de tu reflexión aseguras: “El ICAIC ya jugó su papel y tiene que dar paso a nuevas formas de organización”. Yo, pese a todo lo que he combatido hasta ahora el icaicentrismo, no estaría tan seguro. Creo que aún no ha tenido la posibilidad de jugar su papel más ambicioso, debido sobre todo a las cuestiones políticas que nos dividen y condicionan. El propio ICAIC muchas veces ha tenido que desgastarse en polémicas que nos hablan de las resistencias que han tenido lugar allí a cierto afán pedagógico del Poder. Sí pienso que quizás sea este el mejor momento para evaluar de modo crítico, y sin paternalismo, cuál es el legado que nos va dejando el Instituto en estos primeros cincuenta y tres años de su existencia. Hasta ahora lo que hemos tenido, básicamente, son exaltaciones o descalificaciones que más bien avisan del nivel de lealtad o rechazo de aquel que expone en público su criterio. Falta, sin embargo, el análisis donde quede abolida esa ficticia disyunción entre el sujeto y el objeto, y debido a la cual quienes hablan del ICAIC parecieran sentirse forasteros de un mundo que perciben como una foto fija: un mundo absolutamente congelado.

Cada vez me convence menos este tipo de aproximación. Sé que Memorias del subdesarrollo o Suite Habana existen y seguirán existiendo independientemente de lo que yo piense de ellas, pero también sé que sin un espectador que las perciba y las de a conocer, las discuta, las legitime o descalifique, serían prácticamente invisibles. Una película es ella y sus espectadores. Por eso siempre será tan importante alguna institución que las ponga en el espacio público, que posibilite la circulación de esas obras que aspiran a ser algo más que mera mercancía (mercancías que, siendo el cine industria, también tienen que existir).

Resumo: medio siglo después de su fundación el ICAIC perdura, pero es evidente que los tiempos son otros, por lo que las metas también tendrían que ser otras. De allí que en principio me parezcas razonable cuando dices: “Hay que seguir regando, sin descanso,  pero en nuevos huertos”. Ahora, ¿en manos de quien dejamos ese nuevo huerto? (porque no hay que ser ingenuos: el nuevo huerto tendrá también dueños, con intereses humanos, demasiado humanos); ¿en manos de los mercaderes?, ¿en manos de burócratas a los que apenas les importará el rol propagandístico de las imágenes?, ¿en manos de “creadores” que se conformarían con disfrutar de lo heredado sin el más mínimo estímulo para explorar lo nuevo, lo que aún no conocemos?

El que te hace esta pregunta siente por el cine cubano (no por el cine del ICAIC, sino por el cine cubano) una extraña obsesión. Quizás por eso siga soñando con un espacio donde convivan con naturalidad, Memorias del subdesarrollo con Memorias del desarrollo, Lejanía con Cercanía, o  Azúcar amargo con Boleto al paraíso. Al final, en esos relatos encontrados están la cara y cruz de nuestras existencias. Alguien debe responsabilizarse con la custodia de esa Memoria que no figurará en nuestras Historias oficiales, pero que describen muy bien lo que ha sido nuestro día a día en todos estos años.

Como individuos, ni tú ni yo nada podemos hacer para que ello se haga realidad, pues la vida se rige siempre por fuerzas imprevistas que la razón jamás alcanza a aprehender. Y ante el fracaso individual, se harán patentes de un plumazo todos los desmanes del olvido. Es imprescindible entonces pensar en algo parecido a la idea que hizo germinar al ICAIC. Ni siquiera sé si deba seguir llamándose ICAIC, pues tal vez debería comenzar a pensarse en un nombre más cercano a estos tiempos. Algo así como “Instituto Cubano de Arte e Industria Audiovisuales”.

A lo que me refiero es a rescatar el espíritu aglutinante del principio, sin que ello implique una obscena imitación de lo que fue aquel proyecto (nada detesto más que el papel de un dócil epígono). La imagen del huerto que utilizas me parece bien, porque nos remite a las semillas que cíclicamente se van sembrando y que luego nos traen los nuevos árboles. No en balde tengo entre mis preferidas una reflexión que Edmundo Desnoes me hizo llegar cuando preparaba el libro “Cine cubano: nación, diáspora e identidad”, y que está publicada en este mismo blog. Dice Desnoes:

“Tengo otra metáfora que no es la del puente, es la del árbol. Todos los cubanos somos parte del mismo árbol. Ustedes, los que están en la isla, son las raíces abrazadas por la tierra, a veces viven en el fango nutritivo y en la oscuridad, nosotros flotamos en el aire, estamos en las ramas, a la intemperie, y todos los años se nos mueren las hojas. Pero somos parte del mismo árbol”.

Por eso me pregunto, querido Mario: ¿y no sería mejor que entre todos ayudemos a resembrar, para bien del cine cubano de todos los tiempos, el huerto fílmico que ya una vez conquistamos?  

Te abraza siempre cordial,

Juan Antonio García Borrero

PD: Aprovecho para felicitarte por la apertura de tu blog, que ya hace unos días enlacé en mi Blogroll. Ya era hora. Extrañaré tus contribuciones directas a este sitio, pero me beneficiaré del eco multiplicado que estoy seguro generarán tus provocadoras reflexiones en La Quintica.   



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