Puesta en escena de Galileo Galilei |
Recién salidos de la Escuela Vocacional
de Vento, donde estudiamos
bachillerato e hicimos nuestros primeros intentos literarios y teatrales, llegamos, dispersados todos
los del grupo de teatro, a diferentes escuelas de la Universidad de La Habana;
bioquímica unos, física otros, letras y arte los menos. No obstante, el amor
por seguir actuando nos mantuvo unidos
en el intento de continuar y como a esa edad no se tiene miedo a nada,
mucho menos a hacer el ridículo, nos paramos un día – no con pocos temblores de
piernas - delante de Vicente para que nos diera clases de actuación
y nos montara una obra de teatro. En una semana estábamos en un aula en la
escuela de Bioquímica, que
consiguió Lázaro Montoro, el más culto del grupo y el que más apreciación del
arte tenía entre todos nosotros, delante del mito Vicente Revuelta, el director
de La Noche de los Asesinos, ganador de El Gallo de La Habana, el premio más
importante en aquellos años para el teatro en la isla; el fundador del mítico
también Teatro Estudio, el hermano de La Doña Bárbara Raquel, diva de la
televisión. No lo podíamos creer,
pero ahí estábamos. Aquello no
duró mucho, no por falta de interés y puntualidad de Vicente, sino por que el
rigor de los estudios universitarios, hizo que el grupo languideciera
rápidamente.
La noche de los Asesinos. |
Lázaro y yo seguimos viendo a Vicente,
íbamos a su casa, un pequeño apartamento en el edificio Holand Tower, frente a
la embajada americana. No olvido
la impresión que tuve al entrar por primera vez a aquel espacio. Una cama pequeña
y dura de fakir; maniquíes de santos sin vestir, maquetas de escenografías,
pinturas de Servando Cabrera puestas en cualquier rincón sin importancia,
libros, libros y más libros y no todos de literatura y arte. Podía uno
encontrar allí tomos de astronomía, física, matemáticas o filosofía. Un I
Chin ( se lo había regalado Silvio
Rodríguez) estaba puesto al lado de la cama sobre un cajoncito y, rozarlo con
los dedos en un descuido de Vicente, era toda una osadía, pero un acto casi
religioso para nosotros. Visitarlo
y pasar la noche tomando te con miel ( muchas veces no tenia azúcar) o limonada
y escucharlo hablar, contarnos de sus estancia en París, becado por el Partido
Socialista Popular; de la obra en
la que estaba trabajando en ese momento, de su angustias con los actores. Todo era para nosotros entrar en un
mundo fantástico. Todavía eran los años de la parametración[1]
y de eso también nos hablaba con angustia, rabia y hasta un poco de culpa. Muchas veces llegamos y encontramos el
apartamento vacío. Lo había regalado todo. Nos decían los actores que era por
sus arrebatos de locura, pero nunca escuché explicaciones más cuerdas que las
que él daba sobre sus actos.
No dejamos de verle todos esos años,
fuimos a sus ensayos, nos veíamos todas sus obras una y otra vez. Tuvimos la
oportunidad de verlo ensamblar y montar La vieja dama muestra sus medallas,
Sueño de una noche de verano, La pasión de José Jacinto Milanés – Glauber Rocha
iba a los ensayos en la casa de Línea
varias veces-, Galileo Galilei…
Ya trabajando yo en el ICAIC como por el
año 82, me invitó a participar en
un taller de dirección que abriría Teatro Estudio. La idea era que del taller
surgieran montajes para que el grupo hiciera giras por pueblos y provincias. Me
asesoró en el montaje de una comedia de los hermanos Álvarez Quintero y me tocó
dirigir nada menos que a Silvia Planas, su madre, y al gran Elio Mesa. Fue una
tremenda escuela y la posibilidad de conocer más a ese gran hombre. Nunca
agradeceré los suficiente a la vida haber conocido y haber podido estar algunos
años junto a Vicente.
Lázaro, que fue el último en verlo de nosotros dos, hace cosa de un año,
en una cena organizada para el encuentro.
Me contó que no lo reconoció y preguntó varias veces quién era ese muchacho. Nos
dimos cuenta de que ya no habría más Vicente en el escenario ni en el aula y nos
preparamos para despedirlo, para esperar que llegara la noticia que hoy nos llega. No hay dolor,
sólo un poco de melancolía, una cierta desazón por saber que ya no le veremos
más. Pero está bien. Su vida fue magníficamente cumplida, no lo veremos, pero
sabemos que no está muerto.
Hasta luego, maestro, saluda a Galileo, a
Brecht, a Shakespeare, toma de la mano nuevamente a Raquel y sigan tan
cómplices como siempre, que algo bueno, llegará hasta nosotros acá.
[1] Proceso
mediante el cual, unos personajes funestos que dirigían el Consejo Nacional de
Cultura, sacaban de sus puestos en los teatros a actores, dramaturgos,
directores acusados de homosexuales o desviados ideológicos. Esa ignominia duró
diez años.
Me encanta este artículo Mario. Un documentazo. Un gran regalo para él el día de su desaparición.
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