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martes, 10 de enero de 2012

 VICENTE, SIEMPRE AQUÍ.
Puesta en escena de Galileo Galilei

 
Recién salidos de la Escuela Vocacional de Vento, donde estudiamos  bachillerato e hicimos nuestros primeros intentos literarios y  teatrales, llegamos, dispersados todos los del grupo de teatro, a diferentes escuelas de la Universidad de La Habana; bioquímica unos, física otros, letras y arte los menos. No obstante, el amor por seguir actuando nos mantuvo unidos  en el intento de continuar y como a esa edad no se tiene miedo a nada, mucho menos a hacer el ridículo, nos paramos un día – no con pocos temblores de piernas - delante de  Vicente  para que nos diera clases de actuación y nos montara una obra de teatro. En una semana estábamos en un aula en la escuela de Bioquímica,  que consiguió Lázaro Montoro, el más culto del grupo y el que más apreciación del arte tenía entre todos nosotros, delante del mito Vicente Revuelta, el director de La Noche de los Asesinos, ganador de El Gallo de La Habana, el premio más importante en aquellos años para el teatro en la isla; el fundador del mítico también Teatro Estudio, el hermano de La Doña Bárbara Raquel, diva de la televisión.  No lo podíamos creer, pero ahí estábamos.  Aquello no duró mucho, no por falta de interés y puntualidad de Vicente, sino por que el rigor de los estudios universitarios, hizo que el grupo languideciera rápidamente.
La noche de los Asesinos.

Lázaro y yo seguimos viendo a Vicente, íbamos a su casa, un pequeño apartamento en el edificio Holand Tower, frente a la embajada americana.  No olvido la impresión que tuve al entrar por primera vez a aquel espacio. Una cama pequeña y dura de fakir; maniquíes de santos sin vestir, maquetas de escenografías, pinturas de Servando Cabrera puestas en cualquier rincón sin importancia, libros, libros y más libros y no todos de literatura y arte. Podía uno encontrar allí tomos de astronomía, física, matemáticas o filosofía. Un I Chin  ( se lo había regalado Silvio Rodríguez) estaba puesto al lado de la cama sobre un cajoncito y, rozarlo con los dedos en un descuido de Vicente, era toda una osadía, pero un acto casi religioso para nosotros.  Visitarlo y pasar la noche tomando te con miel ( muchas veces no tenia azúcar) o limonada y escucharlo hablar, contarnos de sus estancia en París, becado por el Partido Socialista Popular;  de la obra en la que estaba trabajando en ese momento, de su angustias con los actores.  Todo era para nosotros entrar en un mundo fantástico. Todavía eran los años de la parametración[1] y de eso también nos hablaba con angustia, rabia y hasta un poco de culpa.  Muchas veces llegamos y encontramos el apartamento vacío. Lo había regalado todo. Nos decían los actores que era por sus arrebatos de locura, pero nunca escuché explicaciones más cuerdas que las que él daba sobre sus actos.

No dejamos de verle todos esos años, fuimos a sus ensayos, nos veíamos todas sus obras una y otra vez. Tuvimos la oportunidad de verlo ensamblar y montar La vieja dama muestra sus medallas, Sueño de una noche de verano, La pasión de José Jacinto Milanés – Glauber Rocha iba a los ensayos en la casa de Línea  varias veces-,  Galileo Galilei…

Ya trabajando yo en el ICAIC como por el año 82,  me invitó a participar en un taller de dirección que abriría Teatro Estudio. La idea era que del taller surgieran montajes para que el grupo hiciera giras por pueblos y provincias. Me asesoró en el montaje de una comedia de los hermanos Álvarez Quintero y me tocó dirigir nada menos que a Silvia Planas, su madre, y al gran Elio Mesa. Fue una tremenda escuela y la posibilidad de conocer más a ese gran hombre. Nunca agradeceré los suficiente a la vida haber conocido y haber podido estar algunos años junto a Vicente.

Lázaro, que  fue el último en verlo de nosotros dos, hace cosa de un año, en una cena organizada para el encuentro.  Me contó que no lo reconoció y preguntó varias veces quién era ese muchacho. Nos dimos cuenta de que ya no habría más Vicente en el escenario ni en el aula y nos preparamos para despedirlo, para esperar que llegara la  noticia que hoy nos llega. No hay dolor, sólo un poco de melancolía, una cierta desazón por saber que ya no le veremos más. Pero está bien. Su vida fue magníficamente cumplida, no lo veremos, pero sabemos que no está muerto.

Hasta luego, maestro, saluda a Galileo, a Brecht, a Shakespeare, toma de la mano nuevamente a Raquel y sigan tan cómplices como siempre, que algo bueno, llegará hasta nosotros acá.


[1] Proceso mediante el cual, unos personajes funestos que dirigían el Consejo Nacional de Cultura, sacaban de sus puestos en los teatros a actores, dramaturgos, directores acusados de homosexuales o desviados ideológicos. Esa ignominia duró diez años.

1 comentario:

  1. Me encanta este artículo Mario. Un documentazo. Un gran regalo para él el día de su desaparición.

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