Algo más sobre el diálogo acerca del ICAIC y su historia.
Las respuestas de García Borrero y Abelardo Mena.
CINE CUBANO, la pupila insomne
Un
Blog sobre el cine cubano, su crítica y su público, con el patrocinio académico
de "Cuban and Caribbean Studies Institute” y el “Stone Center for Latin American
Studies” de la Universidad de Tulane (Nueva
Orleáns).
DE GARCÍA BORRERO A MARIO CRESPO (2)
Querido
Mario:
Esta
segunda reflexión tuya me ha gustado muchísimo, no solo porque consigue matizar
algunos enfoques de la precedente, sino porque, además, coloca el bisturí en
zonas mucho más profundas y neurálgicas que, por lo general, creadores y
críticos suelen dejar fuera de sus análisis. Mi criterio es que, mientras no se
tomen en cuentan los problemas de base existentes en la sociedad cubana,
mientras no se discutan y emprendan estrategias con el fin de solucionar la
crisis nacional (y esto, obviamente, no depende solamente del ICAIC), todo lo
que hablemos sobre el cine cubano olerá a vana retórica.
Fue
por eso que te comenté que no bastan los buenos deseos de un grupo de individuos
que conversan entre sí para cambiar las cosas. Para ello se necesita la
incursión efectiva en el espacio público. La discusión sistemática,
desprejuiciada y profunda. El debate que atienda primero a la cuestión pública
antes que a los intereses de grupo. Tú dices: “Pienso que lo estamos haciendo y
también todos los que nos expresamos advirtiendo, recordando, reclamando y algo
más, haciendo cine, crítica, historia, moviendo en fin, el
pensamiento”.
Gracias
por lo que pueda tocarme, pero yo sigo advirtiendo a quien me lee que esto es
apenas un blog compartido por amigos o interesados en el cine cubano, y en Cuba
eso no quiere decir gran cosa, dada la precariedad de las conexiones y la nula
existencia de Internet entre los ciudadanos. No hay que engañarse.
Desde
luego, sí me parece importante que, al menos como individuos, nos entrenemos a
diario en esto de mantener a salvo lo mejor de la Memoria cultural en la que nos
hemos formado. Eso puede contribuir a la construcción de esa sociedad a la que
todos aspiramos: una sociedad más inclusiva. Y puede animar a otros a seguir
sumando puntos de vistas novedosos, rescatar historias, subsanar versiones
unilaterales. Porque uno de los grandes problemas que hemos tenido en este país
es que el grueso de la gente se ha acostumbrado a que unos pocos hablen por
ellos.
Ya
lo dije en un post anterior: la historia de la censura en Cuba puede contarse en
un libro de mil páginas; la de la autocensura necesita veinte tomos, cada uno
con igual cantidad de páginas. Habría que preguntarse entonces cuánto de esa
autocensura no ha jugado su papel en ese estado de cosas que hoy comentamos en
cuanto al cine cubano, y en especial, el del ICAIC. ¿Seremos tan exigentes y
críticos con nosotros mismos como con los supuestos responsables? ¿O caeremos en
ese juego de auto justificaciones que sólo consiguen seguir encubriendo el
verdadero origen de nuestros males: la pésima disposición que tenemos para
escuchar al que piensa diferente?
André
Gide alguna vez anotó algo que a mí me parece una maravilla: “Todo está dicho,
pero como nadie escucha…”. Entre cubanos, los ¿debates? suelen ser apasionados e
interminables. Cada cual intenta llevar su verdad hasta la cúspide (percibida
casi siempre a imagen y semejanza de uno mismo), y para ello carga con todo el
estruendo retórico que va encontrando en el camino, y que estima puede servir a
sus intereses puntuales. Nuestra voluntad
de escuchar creo que nunca ha existido. Desde que nacimos como República
crecimos con el hábito de dictarles nuestras verdades a los otros. Pareciera
que entre cubanos fuera de mal gusto no interrumpir a nuestro interlocutor a los
veinte segundos que ha iniciado su exposición. Y cuando al fin tomamos la
palabra, no es para dialogar con lo que se ha expuesto, sino para comenzar desde
cero con nuestro propio discurso, que seguro creemos más original, más exhaustivo, más
esclarecedor…
Para
que prospere entre nosotros esa voluntad
de escuchar es preciso garantizar primero la libertad de expresión, como es
obvio. Pero esa libertad no basta para que se desarrolle en el individuo la
capacidad de escuchar (no oír, sino escuchar) lo que nos dicen. La libertad de
expresión se asocia a la democracia en su sentido más elemental; la voluntad de escuchar a la aristocracia
espiritual, que es más exigente. Por eso pocos la practican, dándole la razón a
Chesterton cuando afirmaba que opinar es fácil, pero pensar no.
Regresando
al cine cubano, y a lo que hemos estado conversando en el blog, que es lo que
ahora mismo nos interesa. Creo que desde que Gustavo Arcos propuso en aquel post
lo de pensar en una suerte de Semana del Audiovisual Cubano (ya no con ánimo
competitivo, sino de Muestra en su
máxima expresión) hasta la fecha, se han aportado ideas que pienso valdrían la
pena retener, y que quizás pudieran resultar de interés a quienes deciden o
tienen un poder real. Estoy pensando en la observación que hace Jorge Luis
Sánchez sobre la necesidad de que en “en Cuba se acabe
de legislar una Ley de Cine”. O en el reclamo de Rolando Díaz de que se tome en
cuenta ese audiovisual realizado por cubanos más allá de la isla. O en la
argumentación que formula Enrique Álvarez en torno a lo anacrónico que va
resultando el “viejo modelo de un
Instituto con control universal de la producción y distribución de Cine en
Cuba”.
No
quiero hacer más extensa esta nota para no caer en la adicción al monólogo que
antes denunciaba. Lo estimulante es que, a pesar de todo, se compruebe que “el
sentimiento ICAIC” (para decirlo como Carlos León en su comentario) no habla de
una institución en su sentido físico o nominal, sino en su potencialidad
cultural, esa que a mi juicio todavía le queda mucho por explotar. Ese
“sentimiento ICAIC” (no en su dimensión nostálgica, sino creativa en términos
intelectuales) es al mismo tiempo lo que justifica que, sin importar el lugar
donde uno esté viviendo, muchos no podamos quedar indiferentes ante la posible
suerte que le espera.
Por
ahora es todo. Te abraza,
Juan
Antonio García Borrero
PD:
Me dicen que en Facebook hay una página de “Amigos del ICAIC”. ¿Me invitarías a
entrar en el club?
ABELARDO MENA SOBRE LAS REFLEXIONES DE MARIO
CRESPO
Juani:
Me
gustaron mucho las respuestas-preguntas de Mario en las cuales late la utopía,
vivida y soñada. Y me gustaron también las interrogantes iniciales de Kiki, a
quien envié glosas que "gracias" a una computadora rota no puedo
recuperar.
Pero
intentaré resumir mis ideas, lo más sintéticamente posible:
a)
No
podemos darnos el lujo de dejar morir al ICAIC, que ha sido el bastión de la
industria cultural cubana. Sería una locura estratégica fatal del movimiento
político e intelectual cubano, más allá de gremios, sindicatos y
congresos.
b)
Efectivamente,
la presente dispersión del movimiento audiovisual cubano -en y fuera de
fronteras- hace imperiosamente necesario e históricamente posible la creación de
otro ICAIC, sostenido en sangre fresca, las posibilidades de las nuevas
tecnologías y con estructuras de producción desarrollables, lógicas y
sustentables en lo posible. Lo que más se requiere es conducción de capital
humano, imaginación y energía.
c)
El
ICAIC de Néstor, Alfredo, Titón, Puig, Julio, catalizó una tendencia cultural
que ya existía bajo el empuje increíble de la Revolución (con la dicotomía tensa
entre arte y medio de comunicación, y es curioso que no se otorgó entonces a la
TV el mismo rango que el cine).
d)
Ahora,
metidos de lleno en los nuevos desafíos de la sociedad cubana (en medio de un
nuevo malestar de la cultura, sea política-económica-social), esta presunta
(solo presunta) voluntad aislacionista, desmembrada, de cineastas oficiales e
independientes, encontrará cauce natural en una institución que intente superar
las barreras productivas de estos años, y que, sin duda, lógicamente cometerá
otros yerros. Los hijos pocas veces son mejores que sus padres, y lo digo con
serenidad, no con escepticismo.
Creo
que un nuevo movimiento audiovisual es posible e incluso políticamente deseable
bajo el status presente. El problema esencial de Cuba no es la censura, para
contestar a Mario, sino el atrincheramiento atemporal del nacionalismo cubano,
estampado desde la Revolución del 30, y la escasa cultura democrática de las
instituciones.
Sin
más, un abrazo,
Abelardo
Mena
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