Acababa de llegar al Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), en septiembre de 1975 y me ubicaron como
he dicho antes, en el departamento de programación artística y se suponía que
desde allí nos facilitaran hacer los trabajos para los cuáles nos sentíamos
capacitados.Éramos el segundo grupo de recién graduados de las carreras de Historia del Arte, Historia y Sicología que, después de muchos años de ser un coto cerrado, aceptaba el ICAIC.
Edificio ICAIC 23 entre 10 y 12. Vedado. La Habana |
Como venía de Televisión Universitaria y
de allí me traje una lista de ideas que me gustaría desarrollar como
documentales (yo trabajé en un programa de aficionados y también en un programa
de apoyo a la información en el que nos dedicamos mucho a documentales sobre
artistas y pintores), y venía con mi lista debajo del brazo a comerme el mundo y
a hacer un documental por mes. Eso creía.
No sabía yo, que un documental en
aquellos años no se hacía en menos de tres o cinco meses, acostumbrado como
estaba al estilo de producción de la televisión, pensaba que aquellos sería más
o menos lo mismo. Entregué mis proyectos a mi jefe, quien sin mirarlos, ni esa
vez ni nunca más (nunca tuve respuestas) los metió en una gaveta y me echó un
sermón sobre la necesidad de que nos fuéramos vinculando al mecanismo de la
“industria”, aprendiendo de ellos que ya habían transitado un camino y que no
deberíamos esperar a quemar etapas. En el ICAIC despreciaban las escuelas de
cine y los programas académicos, existía la teoría de que lo mejor era aprender
trabajando. Así habían hecho los fundadores y así debía ser. No me parecía del
todo mal, sobre todo porque ya veníamos de cinco tediosos años de carrera en la
Escuela de Letras y Arte, pero esto de no saltar etapas lo escuché muchas veces
más durante largos años. Me gustaría pensar que al marcharme de su oficina el
jefe
hojeó mis propuestas de documentales y
hubiese observado que aún sin mucha experiencia, ideas tenía y me llamaría más
tarde para comentarme algunos de ellos. El caso es que eso no sucedió y me
sentí muy descalificado.
ENRIQUE PINEDA BARNET |
Por suerte, esta sensación de frustración
no duró mucho, pues antes del mes que pasé deambulando por los pasillos y
departamentos del ICAIC viendo oficios, tecnologías de cámara y sonido,
recibiendo charlas muy instructivas de Humberto Hernández y Camilo Vives sobre
la producción y sus mecanismos, me llamaron un buen día de nuevo frente al
lacónico jefe para informarme que
un director de cine me solicitaba para que le acompañara en un trabajo. Ese
director era Enrique Pineda Barnet. El mejor que podía tener en aquel momento.
Un hombre con una vocación de maestro infinita, con un método de investigación
acuciosa y exhaustiva hasta el agotamiento – el mío, pues él cada vez parecía
tener más energía- y sobre todo una capacidad para dar ánimo y confiar en los
colaboradores, también a prueba de misiles.
Mi trabajo consistía en asistirle en una
investigación sobre un largo que proyectaba llamado provisionalmente “La
Diversión”. Yo buscaba en libros, hurgaba en historias de la calle que tuvieran
que ver con el tema, las discutía con él y sobre todo conversábamos largas
horas sobre el proyecto, los motivos de cada personaje y la estructura, siempre
buscando el mayor verismo para la historia. No hacía gran cosa yo, o al menos
así lo sentía, no creía que estaba aportando mucho aunque la atención y el
respeto con que Enrique escuchaba todo lo que yo le decía, me daba ánimo al
menos por unas horas, hasta que amenazaba nuevamente el desánimo por lo difícil
que era todo, y él volvía a darme otro impulso y me asignaba otra tarea.
Fue como un post grado en el que en lugar
de pagar, me pagaban para que viera trabajar al maestro del empeño, la
acuciosidad , el detallismo, la seriedad y, sobre todo, la resistencia en el
trabajo amén de la capacidad para la observación de gestos, tonos de voz,
situaciones dramáticas. Hacer mi primer desglose, sobre todo para una película
de E. Pineda, fue un trabajo agotador. No tenía experiencias en desglosar
guiones de ficción y la prolijidad de detalles que Enrique exigía, hacía que
siempre al revisarlo, me pusiera a hacer un ejercicio de imaginación sobre la
escena, que más tarde comprendí, fue de una utilidad enorme para mi oficio.
Nunca agradeceré los suficiente la exigencia, testarudamente suave y firme pero
didácticamente cariñosa de Enrique. Una y otra vez me faltaban elementos, una y
otra vez aquel desglose de una escena estaba incompleto. De él aprendí que
debía cerrar los ojos y imaginar el escenario como si yo fuera el protagonista
de la escena. Sentirme él y pensar en todas sus necesidades, costumbres, fetiches
y manías. Era según él, la forma de proporcionar al actor, todas las
herramientas para que hiciera a gusto y bien su trabajo.
A Enrique le escuché hablar por primera
vez de análisis dramático, dramaturgia y dramaturgistas. Me llevó consigo a
casa de Gloria Parrado y allí empecé a entender la importancia de la disección
de un texto y sopesar cada una de sus partes y su relación con el todo.
Lamentablemente, el proyecto no llegó a rodaje. Otra vez se trabó en las
gavetas de ejecutivos que le buscaban la quinta pata al gato. Llegamos,
recuerdo bien, a tener un primer tratamiento y me tocó hacer un primer desglose
de aquel guión para estudiar su factibilidad económica, me decía Enrique, y
demostrar que era un proyecto extremadamente económico. No obstante, todavía no
se qué pasó con aquel proyecto, pero estoy seguro que está debidamente fichado
y guardado en los archivos de Enrique y, como el primer día esperando, con
infinita fe en el mismo, que será filmado.
Mario muy buenos, pero no puedo ver el número dos.
ResponderEliminarUn abrazo.
me gusta
ResponderEliminarCuanto me sorprende descubrir que vive en mi país Venezuela Mario. He leído tus apuntes sobre la asistencia por otro blog y me han sido muy útiles. Espero nos podamos conocer algún día. Saludos.
ResponderEliminarGracias Luis, será un placer conocernos y hablar del ofcio. Me puedes buscar en Twitter y Facebook. Saludos.
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