No conocía a Manuel Octavio Gómez, sólo
de verlo en los pasillos del ICAIC y saludarnos, más algunos comentarios que
circulaban sobre sus malas pulgas. Un día me avisan que este director iba a
realizar una película y que me solicitaba como asistente de dirección. Cuando
nos encontramos en la salita de reuniones de la oficina de Camilo Vives,
descubrí que lo de las malas pulgas no era cierto para nada y que la fama le
venía de lo poco que sonreía y de lo seriamente que asumía todo su trabajo,
cosa que se reflejaba en lo exigente que era con sus colaboradores. Pero era un
hombre muy jovial, de hablar despacio y como con timidez, siempre arrancándose
pedazos de uñas o lo que quedaba de ellas, con los dedos o con los dientes.
Me comentó que la película que
realizaríamos se llamaba “La Tierra y el Cielo” sobre una narración de Antonio
Benítez Rojo y me avisó que sería una película de época y con muchos extras y
exteriores. Me dijo también que se necesitaría un segundo asistente pues la
película era muy compleja y que yo buscara al que me pareciera mejor.
Seguidamente, me dio el guión y me dijo secamente, que en cuatro días quería revisar
un primer desglose. Se acabó la reunión.
Manuel O. Gómez y el autor, a la derecha Rodaje de Señor Presidente. Nicaragua-Cuba |
Salí corriendo a buscar a Anita Rodríguez
para que fungiera como segunda asistente y empezáramos juntos a hacer el
desglose. Nos leímos en un santiamén el cuento de Benítez Rojo e inmediatamente
nos pusimos a leer el guión. Por suerte, trabajar con Ana era una fiesta y
hacer aquel desglose intentando recordar los consejos de Enrique Pineda
–imaginarnos los personajes, su vida, su entorno, su psicología, hábitos y
entorno- y empezar a desglosar lo más prolijamente todo lo que el guión pedía
explícitamente y además todo aquello que en cuanto a fondos, escenarios y
ambientación pudiéramos imaginar y sugerir. En un par de días teníamos listo un
desglose y nos dolía la mandíbula de reírnos con las ocurrencias de Ana.
Samuel Claxton Protagonista de La Tierra y el Cielo |
En realidad no sabíamos si lo habíamos
hecho bien o mal, trabajamos solos y nada de llamar al serio del director. Ana
se ocuparía de los departamentos de servicio, es decir maquillaje, peluquería,
vestuario y escenografía y yo me ocuparía de los actores, extras, y asistir al
director en todo su trabajo. El escenógrafo de esta película era Lacosta y la
script Yolanda Benet y el productor de campo sería Ricardo Ávila. Un equipo que
por divertido, contrastaba con la seriedad del director.
Una de las características como director
de Manuel Octavio, era que le gustaba ensayar previo al rodaje y como en esta
película uniría a actores no profesionales con actores como Samuel Claxton y
Tito Junco, amén de una mujer de un temple que M.O gustaba comparar con la Magnani:
Marta Jean Claude, se justificaba más hacer un trabajo de coaching previo al
rodaje.
Cómo primer asistente debía asistir a los
ensayos y tener todo listo para cuando el director llegara a encontrarse con
los actores. Yo, que no sabía mi oficio en ese momento, me senté a esperar
junto con Yolanda Benet a que llegaran el director y mientras, hacíamos chistes
y conversábamos con los actores. Al fin llegó el M.O antes de saludarme, espetó
la pregunta: ¿pasaste letra? Mi cara de perplejidad, le dio la respuesta. Me
miró un instante haciendo una mueca y se fue a ver a los actores. Yo quería que
la tierra me tragara. Yolanda me hizo un mohín: no te preocupes…
Equipo de La Tierra y el Cielo./ Ricardo Istueta, Julio (Pavo) Valdés, Yolanda Benet; Luis Lacosta y Pepe ( el loco) |
Durante el ensayo, que él hacía
improvisando a partir del texto, yo debería estar al tanto de las marcas que
los actores establecían y junto con Yolanda ir tomando notas de todo. Era como
hacer un libro de dirección en una puesta de teatro. Aquello me gustó. En la
pre filmación, además de ensayar, buscaríamos locaciones, cosa que hacíamos en
su carro en compañía de Humberto Hernández que era el productor. Ver locaciones
y tomar notas de todas las características de la misma, su ubicación, el tiempo
de traslado desde el ICAIC y todo lo que habría que informar al escenógrafo
quien haría una posterior visita al sitio para poder entregar bocetos, en el
caso de que hubiera que construir algo.
Manuel Octavio no era de los directores
que atormentaba a los colaboradores. Era del tipo que deja trabajar y confía en
que cada quien haga bien su trabajo. Cuando algo salía mal se ofuscaba, no
peleaba, sino que se iba callado a un rincón. Lo que recuerdo mejor de Manuel
Octavio era cómo preguntaba a todos si les parecía bien como iban saliendo las
cosas. Le gustaba dar instrucciones sentado y a mi me llamaba hasta dónde él
estaba y apretándome muy duro por el hombro, me daba instrucciones bajito. Casi
siempre yo me adelantaba y salía corriendo a hacer lo que pedía (generalmente
sobre movimientos de fondo) y él me detenía: ¡espera, no he terminado! y me
repetía todo de nuevo, como para asegurarse de que no se le escapaba nada.
Era un director muy al estilo de la
industria, creo que le gustaba hacer como que estaba en Hollywood y en ese
estilo montaba sus puestas en escena, le gustaba tener una silla para él en el
set y los guiones y los planes de rodaje diarios los trabajaba haciendo
subrayados en colores. Trabajar con él en ese sentido era muy cómodo, pues
siempre entregaba a primera hora un exhaustivo plan de filmación del día.
Al llegar en la mañana, siempre entre los
primeros, me entregaba ese plan y ya para mí era muy fácil organizar la
filmación y advertir a utileros, electricistas y con Ana organizar el
movimiento del vestuario y el maquillaje e ir planificando los fondos cuando se
filmaba en exteriores o interiores que requerían extras y figurantes. Su
estilo, como decía recuerda mucho el estilo de montaje que se ve en las
películas de Hollywood. Gustaba de hacer para cada escena, un plano master que
se correspondía bastante a lo ya ensayado con los actores y a partir de ese
plano master, construía planos detallados y correspondientes. Era tan ordenado
y lo llevaba todo tan previsto que como asistente no sufrían ninguna
incertidumbre. Pero de la misma manera debíamos ser ordenados nosotros como
asistentes y no hacerle esperar por una actor demorado en maquillaje o por una
utilería, que no llegaba.
Como asistente del director uno debe
estar en conocimiento de qué plano o escena se avecina e ir alertando de esto a
los departamentos de servicio. Esto con Manuel Octavio era realmente sencillo
por su prolija planificación de todo el rodaje. Ana y yo nos sentimos muy
apoyados por él, pero también debo decir que Julio “Pavo” Valdés y Livio
Delgado, nos ayudaron a entender rápidamente el mecanismo del rodaje.
Como anécdota curiosa que refleja nuestra
actitud como asistentes en esos momentos, me gustaría contar que nuestro jefe
en el inútil departamento de Programación Artística, al cual pertenecíamos,
llamó a Ana, días antes de comenzar el rodaje, para informarle que durante una semana,
estaría Lázaro Buría, un compañero de una generación anterior y con más experiencia, a
ayudarnos y asesorarnos en la filmación. Aquello nos pareció un insulto y le
dijimos a M.O que si necesitaba de Lázaro Buría en el rodaje, que se quedara
con él y nosotros nos retirábamos. Manuel Octavio, con su gesto característico
de mover la cabeza y morderse una uña, se volvió y no dijo nada. Siempre hacía
eso. Pero el primer día de rodaje, Lázaro no estuvo en filmación. Si un
asistente no se siente capaz de ayudar a un director en todo lo que éste
necesita, es mejor que renuncie a hacerlo, pues la vida en el rodaje se le
puede convertir en un infierno y si el equipo de filmación – que puede ser muy
cruel con el ineficiente- detecta miedo o inseguridad, es el fin del prestigio
del asistente del director y ya nadie le hará caso.
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