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domingo, 15 de enero de 2012

Desde La Pupila Insomne, me traigo esta estrevista magnífica en la que Vicente, tan modesto y autocrítico, como genial, habla de "su" cine.

VICENTE REVUELTA

 

En una de las visitas que hizo Vicente Revuelta (n. La Habana, 5 de julio de 1929/ m. 10 de enero de 2012) a Camagüey, a finales de los noventa, con el fin de participar en uno de los Festivales de Teatro que se organizan en esta ciudad, le comentaría a su joven entrevistador:
“Yo he hecho muy pocas películas y realmente eso es algo que lamento, porque me gustaría hacer algo en cine que me quedara bien. Me parece que lo mejor que he hecho en el cine fue una pequeña escenita en la película de Humberto Solás, El siglo de las luces. (…) De lo demás no estoy conforme. Por ejemplo, con Los sobrevivientes de Titón, yo no me siento conforme. Y lo de Arturo Sotto en Amor vertical fue un problema de hacerlo, y por qué no. El quiso que hiciera ese papel, pero no fue un gran empeño. Yo tenía con él una deuda, porque ya me había ofrecido un personaje en la anterior película suya: Pon tu pensamiento en mí, pero no pude hacerlo por problemas de trabajo. Y esta la hice en un estado de depresión muy grande, depresiones que yo padezco, y parece que al viejo le vino bien, pero no me siento satisfecho. No solamente porque sienta que es culpa mía, sino también porque hay una falta de desarrollo de ese personaje y por eso hay algo ahí que falla. Es una película ligera. Me gustaría trabajar en cine, en una cosa que me pudiera aportar algo.” (1)
Los inicios de la más bien huidiza presencia de Vicente Revuelta en el cine cubano habría que rastrearlos en el principio de los años cincuenta del siglo pasado, cuando todavía era apenas un miembro más de aquel grupo de jóvenes (Gutiérrez Alea, Néstor Almendros, Germán Puig, Ricardo Vigón, Cabrera Infante, Lisandro Otero, entre otros) que soñaban con filmar algo en la Cuba de aquellas fechas. Con esas ansias aquel grupo de amigos compró una cámara Bell & Howell, y filmaron, con la dirección de Alea, la fotografía de Néstor Almendros, las actuaciones de Julio Matas, Esperanza Magaz, y Vicente Revuelta, “usando como escenario el apartamento del padre de Titón, en el edificio Chibás, en el Vedado” (Otero), una adaptación del brevísimo cuento de Kafka “Una confusión cotidiana”.
Cuando la Revolución de 1959 triunfó el 1 de enero de aquel año, y se crea el ICAIC en marzo, al menos va a aportar su voz como narrador en los documentales La vivienda (1959), de Julio García-Espinosa, y Año de la Reforma Agraria (1961), de Fernando Villaverde.  Pero lo suyo será el teatro, y es el ICAIC el que, a través de Enrique Pineda Barnet, acude a la puesta en escena que Revuelta hace de Fuenteovejuna en 1963, filmándolo junto a su hermana Raquel y Sergio Corrieri.
Por esas fechas (mucho antes que llegaran “los grises setenta”) comenzarán a ponerse de manifiesto dentro del contexto socio-cultural los primeros años oscuros que conociera la Revolución. Las funciones del Consejo Nacional de Cultura pasan al Ministerio de Educación, “atendiendo a que el énfasis principal de las actividades culturales radica en la formación de nuevos cuadros”. (2) Es por esas fechas que el afán pedagógico en todo lo que tuviese que ver con el arte comienza a ganar esa fuerza paralizante que se hará dominante en la década posterior. Y Vicente Revuelta fue uno de los tantos afectados del momento.
Hay un testimonio de Lisandro Otero que podrá ser más o menos discutible, dada la tesis que al final defiende en cuanto a la posición del intelectual frente al poder revolucionario, pero que nos revela bastante de lo sucedido:
“A mediados de la década del sesenta la homofobia invadió a ciertos sectores del poder revolucionario. Se pretendía que no podía constituirse un virtuoso hombre nuevo, pilar de la utopía, si seguía permitiéndose la práctica de ciertas “desviaciones“. Era el mismo equivocado moralismo que ha invadido a casi todos los procesos revolucionarios. Cada día nos llegaban nombres de amigos que habían sido internados en los campos de la UMAP, siglas de las Unidades Militares de Ayuda a la Producción, donde los homosexuales eran asignados a tareas agrícolas. La tensión crecía. Cuando Vicente Revuelta fue cesado en la dirección de Teatro Estudio nos pareció que se había cruzado un límite. La desfavorable reacción en los medios intelectuales se debía al prestigio del afectado, el más importante teatrista cubano que había organizado, junto a su hermana Raquel, el grupo dramático de mayor calidad que existía en Cuba. Por añadidura, Vicente había demostrado sus extraordinarias condiciones de actor, director y maestro. Se sentaba el precedente riesgoso de afectar profesionalmente a un artista –o potencialmente a un ciudadano cualquiera-, por un aspecto de su vida privada. Carlos Lechuga no se caracterizaba por ser uno de los más dogmáticos que hostigaba a los intelectuales, sino que era muy estimado por su amplitud de miras, acababa de ser designado Presidente del Consejo Nacional de Cultura. Nos unía una amistad y fui a informarle del problema y de las complicaciones que podían derivarse. Convinimos en efectuar una reunión en mi casa con un grupo de intelectuales. Invité a algunos de los más preocupados con lo sucedido: Titón, Julio García-Espinosa, Roberto Fernández Retamar, Ambrosio Fornet, Edmundo Desnoes, Juan Blanco, Sergio Corrieri; Lechuga nos explicó el origen de la decisión y propusimos varias soluciones. Recuerdo que Roberto Fernández Retamar declaró, con un conmovedor énfasis en sus palabras, que si hubiera tenido un hijo homosexual con la dimensión de Whitman, García Lorca o Vicente estaría orgulloso de él. Acordamos crear una comisión para la reestructuración del teatro cubano; eventualmente tomaría la decisión de restituir a Vicente en su cargo. El gobierno no perdía autoridad y los artistas quedábamos satisfechos.
Cuando pasados algunos decenios escucho a alguno reprochar a los intelectuales de mi generación nuestra supuesta sumisión y pasividad ante los errores pienso que esta protesta eficaz, realizada en torno al caso de Vicente Revuelta, fue una de las muchas ocasiones en que nos enfrentamos al poder gubernamental de la única manera en que era útil hacerlo: tratando de que se enmendara el yerro con discreción, evitando sumarnos al coro agresivo que pretendía asfixiar la revolución. Comprometidos, sí, aunque inconformes; pero promotores de la contrarrevolución ¡no! Tiempo después, las UMAP, un doloroso error, fueron disueltas”. (3)
Tengo mis reservas con el modo en que hasta ahora se ha abordado todo lo relacionado con la UMAP. Al menos en la zona audiovisual. A nivel de nación no basta un simple apunte en el cual se admita que fue un error y que fueron liquidadas en poco tiempo, como pareciera sugerir Fresa y chocolate, porque ello no garantizará que en un futuro no se sigan generando nuevas modalidades de exclusión en virtud de la orientación sexual, o preferencias de cualquier tipo, incluyendo las ideológicas. Como tampoco basta la simple sumatoria de testimonios ofrecidos por las víctimas, al estilo de las que acumula Conducta impropia, en tanto se pierde de vista la brutal complejidad de lo dialéctico en términos de Historia y existencia. Insistir en pensar estos fenómenos desde la conciencia constituyente de un sujeto está bien para concederle un tono humanista a lo que se narra, para darle voz a quienes han sufrido el castigo, pero no termina de aclarar por qué la homofobia sigue persistiendo entre nosotros con tanta impunidad.
Por suerte, el regreso de Vicente Revuelta a las tablas fue por todo lo alto, según puede leerse en el epistolario de Titón, aunque ello no garantiza que con las heridas sanas. Cosa que dudo tomando en cuenta el temperamento depresivo del que nos hablara el propio artista. Nos dice Titón en una carta fechada el 7 de diciembre de 1966:
“En estos días estamos muy contentos y llenos de entusiasmo pues en el Festival de Teatro Latinoamericano se estrenó una obra de José Triana (La noche de los asesinos), dirigida por Vicente Revuelta, y ha resultado un acontecimiento sin precedentes. No sólo es lo mejor que se ha hecho aquí, tanto la obra como la puesta en escena, sino que de golpe saca a nuestro teatro del subdesarrollo y lo sitúa en un nivel internacional.
Además, después de todo lo que le han hecho a Vicente, ha sido una buena respuesta por parte de él. No sólo no han podido destruirlo, sino que han tenido que premiarlo oficialmente, y por algo que vale la pena”. (4)
En 1969 Vicente Revuelta protagoniza el mediometraje De la guerra americana, de Pastor Vega, y se involucra con Titón y José Triana en la reescritura del guión de Una pelea cubana contra los demonios (1971), que Alea había iniciado años atrás con Miguel Barnet. Luego vuelve a ponerse bajo las órdenes de Gutiérrez Alea en la mencionada Los sobrevivientes (1978). Y si bien confesaría que el desempeño no lo dejó del todo satisfecho, su personaje de Julio se convierte en la figura clave para aprehender el propósito último del filme, pues según Titón, está cercano al Sergio de Memorias… (1968) justo porque vive consciente de la paradójica realidad que le rodea, y en él “se reúnen los valores de su clase y al mismo tiempo el rechazo a esos valores”. (5)
Más allá de las adversidades con las que les tocó lidiar en vida, y que lejos de deshumanizarlo lo hicieron más consciente del dolor que supone asumir la existencia como lo que es, a Vicente Revuelta no le faltaron reconocimientos. Ganador del Premio Nacional del Teatro en 1999, quedan sus miles de admiradores y alumnos, esos que gracias a sus lecciones y su propia obra, mañana lo seguirán manteniendo vivo, no obstante esta muerte física que nos anuncian ahora.
Juan Antonio García Borrero
NOTAS:
1) Fuentes, Alfredo. Entrevista con Vicente Revuelta. (Inédita). Citado en la Guía crítica del cine cubano de ficción.
2) José Cantón Navarro, Martín Duarte Hurtado. Cuba: 42 años de Revolución (Cronología histórica 1959-1982), p 175.
3) Lisandro Otero. Titón, contra esto y aquello. El Búho, Año LXXX-Tomo II, México D.F., domingo 28 de abril de 1996 (En los archivos de la Cinemateca de Cuba).
4) Tomás Gutiérrez Alea. Volver sobre mis pasos, p 162.
5) Alea, una retrospectiva crítica, pp 249.

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