SOBRE EL OFICIO DEL ASISTENTE DE DIRECCIÓN.
Traigo de nuevo aquí algunas reflexiones que publiqué en 2009 en CINE CUBANO:La pupila insomne de Juan Antonio García Borrero, sobre el oficio del asistente de dirección en cine.
Aquí va el primero.
Querido Juan Antonio:
Perdóname que haga un poco de historia en este post. Aseguro que no
me anima ningún sentimiento de vanidad, sino que en estos tiempos en que
todos sueñan pasar de sus ejercicios con Mini DV, a la dirección de
cine “en grande” y que algunos reniegan hasta de las aulas, y ven el
trabajo del asistente del director como un oficio menor y no artístico,
me parece importante destacar que este oficio aporta una experiencia y
preparación que nos dispone excelentemente para cualquiera de los
oficios que desee asumirse posteriormente en el cine. No obstante, me
animo también a comentar que en muchos países, no es este trabajo
necesariamente un trampolín para pasar a dirigir, sino que se asume como
el oficio para toda la vida, así como el de continuista, siendo muy
respetados. Supongo que obedece a que estos oficios son muy bien
remunerados en otras industrias y resulta muy estimulante vivir de este
trabajo, mientras que en Cuba, el estímulo para los jóvenes que se
inician, es escalar hasta posiciones que signifiquen reconocimientos,
premios y viajes. Ser “autores”.
Agradezco mucho los años que trabajara como asistente de dirección.
Todo lo que pude aprender de los diferentes estilos de cada director,
sus métodos para diseñar su puesta en escena y su puesta en cámara, el
trabajo con los actores. Cada uno, de acuerdo a su personalidad
creativa. No hubo mejor escuela que aquella.
Cuando miro atrás, me asombran los años que han pasado desde que
comencé a trabajar como asistente de dirección. No fue en el ICAIC, sino
unos años antes, cuando se formó el equipo de Televisión Universitaria,
al mando de Marta Pérez Rolo y en el que estaban como directores, muy
bisoños, pues procedían del Departamento de Filosofía de la Universidad
de La Habana y de la desaparecida revista “Pensamiento Crítico”, no de
la televisión: Jorge Gómez, Julio Puente, Tony Lechuga, Germán Piniella y
Mireya Crespo y cada uno, al mando de un grupo, no menos bisoño, por
edad y poca experiencia, de alumnos del la Escuela de Letras y Arte de
la Universidad de La Habana. Fuimos a cumplir con el recién estrenado
plan estudio trabajo, en el que los alumnos universitarios, deberíamos
trabajar y estudiar. Fue en ese trabajo, la primera vez que tuve que
investigar para televisión; también escribir guiones y por supuesto,
asistir al director en los preparativos y la salida al aire en los
viejos estudios de Mazón y San Miguel. En esos años se hacían los
programas con muchos carteles y fotos en atriles y mucha tensión
nerviosa: gritos al master para que “tirara” una película, o gritos al
coordinador de estudio para que diera entrada a un locutor. Todo en
vivo, algo que hoy sería impensable. Fueron cuatro años de un gran
entrenamiento sobre todo en el plano laboral. Me sirvieron para entender
la gran disciplina del horario y del mecanismo de reloj que es la
colaboración en equipo, imprescindible para el trabajo audiovisual.
Cuando terminamos la carrera y con ella, nuestra experiencia en
Televisión Universitaria, un grupo de nosotros fue llamado a trabajar al
ICAIC, que sólo un par de años antes, tal vez en 1973 y 74, había
abierto sus puertas para permitir el ingreso de nuevas caras con perfil
artístico. El ICAIC empezaba a dejar de ser un coto cerrado, la quimera,
el lugar misterioso al que todos queríamos acceder y nos tocó a
nosotros, alumnos de letras y artes, de psicología, sociología e
historia, aprovechar el “ábrete sésamo” entrando al santuario del cine
cubano. Fue en el año 1975.
Negar que fuéramos recibidos con agrado y beneplácito por la mayoría
de los “viejos” sería faltar a la verdad. Ya estaba haciendo falta gente
nueva. No obstante, cierto celo y alguna que otra expresión nos echaba
en cara que éramos nuevos e inexpertos y teníamos mucho que aprender y
debíamos ser modestos (cosa harto sabida por nosotros), nos dijeron más
de uno de aquellos que tuvieron la gloria de ser pioneros y llegaron
desde diferentes ramas de la publicidad y las artes y otras ramas no tan
afines, a formar del ICAIC en los tiempos fundacionales. Años en que,
nos contaban, casi nadie tenía experiencia en cine, lo cual los obligó a
quemar etapas y saltar de las oficinas de producción a la dirección y
desde los talleres de cámara a la dirección de fotografía de
documentales. Algunos saltaron de las filas del servicio militar a
trabajar directamente como camarógrafos a la vez que aprendían los
secretos de fotómetro. Nosotros, graduados universitarios, miembros de
una generación que tuvo el privilegio de estudiar a la edad de hacerlo,
ahora tendríamos también que “pegarnos duro” para aprender igual que
ellos, sobre la marcha del trabajo, pero con la suerte ahora de que ya
existían maestros para encaminarnos.
Para mí, resultaba asombroso poder hablar y trabajar con Enrique,
Humberto, Manuel Octavio o Titón, nombres que veíamos y admirábamos en
las pantallas. Estar en una reunión discutiendo un plan de trabajo con
Camilo Vives, el productor de la mítica “Lucía”; aquel gordito que
habíamos visto una vez en nuestra escuela, donde cursábamos el
bachillerato. Fue a hablarnos de cine y no sospechábamos que sólo era
nueve o diez años mayor que nosotros en aquel momento, aquel hombre que
ya era historia y que parecía tan inalcanzable en su oficio. También nos
reuníamos con Humberto Hernández y nos enseñaba un cartapacio de hojas
enormes y nos decía que aquello era un desglose de guión y nos revelaba
sus entresijos; o paseábamos por las entonces flamantes instalaciones de
Cubanacán y se nos caía la mandíbula babeante viendo los almacenes de
utilería, con verdaderas joyas del arte decorativo, muebles y accesorios
antiquísimos y lencerías de hilo y sedas; entrar al departamento de
vestuario y ver los guardarropas y decenas de mujeres confeccionando
vestidos bajo la dirección de diseñadoras también míticas como María
Elena Molinet; recibir una explicación directamente de Pucheaux sobre la
Oxberry y los milagros de la “truca” … Soñar despiertos.
Me fui formando como asistente de dirección y aprendiendo de cine con
los mejores directores y productores cubanos. Pasé una escuela que duró
más años de los que yo hubiese querido, pero eso es harina de otro
costal y sólo si se da la ocasión hablaré de esto y describiré cómo fue
nuestro proceso de desarrollo dentro del ICAIC, pues la mayoría de
nosotros, como supongo es aún hoy, deseaba dirigir cuanto antes y ver
nuestras obras en festivales y salas de cine.
Mas adelante, me referiré a algunas películas y directores con los
que tuve la suerte de trabajar y aprender, hablaré de cómo me insertaba
con mi oficio en la realización de la película.Sobre el oficio del asistente de dirección en cine2
Gracias Mario por las anécdotas, la historia y el tiempo que nos regalas.
ResponderEliminarMás, por favor
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