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jueves, 31 de diciembre de 2015

EL PRIMER GRAN EQUIPO SON LOS AMIGOS



EL PRIMER GRAN EQUIPO SON LOS AMIGOS.
Una Pelicula no es sólo del director. Siempre lo digo y me gusta repetirlo también como forma de reconocimiento a todos los que de una forma u otra contribuyen a su puesta en pantalla.
Desde que es una idea en la mente del director, hasta que empieza a viajar sola por el mundo y a poner en negritas los nombres de todos los que la hicieron posible, la película y sus realizadores agradecen a muchas otras voluntades formar parte de la historia cinematográfica de un país.
No puedo mencionar a todos los del equipo de realización, son muchos y un olvido involuntario puede ser fatal. Pero ellos con su entrega al trabajo en condiciones difíciles, con su amor por el cine, su confianza en mí y en el proyecto, estarán siempre en mi más profundo agradecimiento.
Ahora, antes que acabe este año 2015, deseamos Isabel y yo, recordar aquí a personas que no aparecen en los créditos, pero que son igualmente parteros en el nacimiento de esta criatura que es DAUNA. Lo que lleva el río.
Cuando era sólo un primer tratamiento, desde una idea que me propusiera la gran amiga y amante del Delta, Migdalia Muñoz. Alejandro Izquierdo, fue un socio desinteresado y ha seguido la película con deseos de apoyarnos desde el primer dia, nos ayudó a hacerla nacer y Cristina Raffalli corrigió con amor la redacción. Me impulsaron y me dieron ánimos, Lazaro Montoro Robaina ( la película nació en su casa de Madrid), Diana Vilera Diaz, Ricardo Acosta ( siempre presente), Tenchy DT, Diana Abreu, María Caboura, Francisco Punal Suarez, Chely Lima, Susana Miguell, Carolina Tapia, Ileana Iribarren, Cheny Pardo, Néstor Néstor L. Garrido, Angie Caperos Otxoa; que leyeron aquellos primeros papeles y soportaron mis insistentes llamadas y preguntas. Más tarde, cuando ya estuvo terminada, Daniel Varnagy, hizo comentarios emocionados y ofreció su apoyo para apalancar fondos. Mercedes Muñoz de AVESA nos escribió un hermoso y alentador texto. Goya Sumoza, aportó el calor y entusiasmo de los marabinos. El equipo todo de Ninoska Dávila Reyes en CINEMAPRESS, no faltó con su talento y capacidad de divulgación publicitaria. Berenice del Moral y su equipo de la dirección de Cultura de Estado Delta Amacuro fue un gran impulso para conseguir apoyo local. Pamela Di Lorenzo, Pamela Maurera, fueron la mano amiga en Maracay. Valioso el aporte de nuestro diseñador Carlos González que realizó las magníficas piezas de publicidad.
Cuando precisamos apoyo para ir a Festivales, pude conocer a Jason Silverman ( gracias a Ricardo Acosta) y ambos nos impulsaron mucho, Jason nos habló de Festivales, nos presentó a Elizabeth Weatherford que la vió con mucho entusiasmo y nos propuso a Berlín. Atahualpa Lichy no faltó con consejos sobre festivales creyendo en los espacios posibles para la película. Gracias a Atahualpa conocí a programadores supe de festivales. Siempre a nuestro lado, cuando tuvimos que hacer un crowdfunding para poder hacer nuestras primeras salidas al mundo, María Nuria De Cesaris nos ayudó a montarlo, hizo las traducciones y aportó de su dinero; otra vez Roberto Lázaro García y Sanfelices, Ricardo, Jason, Tenchy, Ileana Iribarren, Filiberto Hebra-Troya, y algunos anónimos que también apostaban por nuestra película y por nosotros, pusieron su mano y su bolsillo. Teresa Toledo de Casa de América Madrid nos programó una noche maravillosa de sala llena y cine foro de lujo; Cristina Rius de Casa Amércia Catalnya hizo otro tanto y mi querido amigo y cineasta Josep Lluis Josep Lluís Penadès hizo la presentación en Barcelona, España. El Festival de Cine Venezolano de Nueva York nos abrió sus puertas cuando ya casi las cerraban, solo por creer en las posibilidades de la película, gracias a @Irene Yibirin Kolo y a Fundación Maravilla, que nos dieron un gran apoyo para la campaña del Oscar. En Los Ángeles, creyeron en nosotros siempre @Joshua Jason y @Álvar Carretero de la Fuente.
Gracias a la prensa nacional e internacional que nos ha distinguido y por supuesto a los miles de seguidores ganados en Facebook y en Twitter.
Gracias también al equipo todo de CNAC Centro Nacional Autónomo de Cinematografia y su comité ejecutivo.
Un buen año, sin duda, que nos compromete a lograr más metas en 2016.




jueves, 20 de agosto de 2015

¿ES LO QUE LLEVA EL RIO UNA PELÍCULA INDIGENISTA?


¿Es Lo que lleva el río una película indígenista?

La llevada y traída frase de León Tolstoy  “… si quieres ser universal, habla de tu aldea” se olvida en ocasiones cuando se trata de  clasificar. Entonces, si una obra se ubica en un contexto indígena, así hable de prejuicios y arquetipos humanos  por vencer, existe la tentación de clasificarla como  indigenista.  En el caso de LO QUE LLEVA EL RÍOM  desearía que se le abrieran las puertas a otros foros y espacios en los que también tiene mucho qué decir. 

Lo que lleva el río no es ni indigenista, ni antropológica, ni étnica ni venezolana, ni deltana y es todo eso a la vez y más, porque expone un drama humano muy universal que puede contextualizarse en una ciudad, un pueblito del Oriente, en  Tokio o París.  Pude haberla contado en un barrio de Caracas.   En todas partes existen los problemas de género, en todas partes hay atavismos y preconceptos castradores, precisamente sobre eso deseo alertar ahora:  la falibilidad de la propensión a categorizar.

Siempre he dicho que cuando quise contar la historia de una mujer con gran capacidad de resiliencia, escogí a una mujer deltana porque es difícil encontrar otro lugar en Venezuela y pocos en el mundo, en el que la vida se haga tan difícil y los espacios tan estrechos en todo sentido, sobre todo para las mujeres.  También me impulsó  el hecho de que esta mujer  pertenecería a una cultura muy antigua, de un grupo humano muy aislado, lo cual hacía más cuesta arriba el cumplimiento de su sueño.

Lo que lleva el río habla de dos conflictos humanos, dos necesidades cada vez más perentorias: la necesidad de la mujer de ser vista como un igual ( la discriminación por género) y la necesidad de entender la inevitabilidad y utilidad de la interculturalidad. No hay mas.  No es un tema indígena porque sus personajes sean indígenas.  No lo es,  porque éstos están inmersos es un conflicto muy de estos tiempos en todo el mundo cuando nos  empeñamos en marcar fronteras, “esto es mío” “tú llegas hasta aquí y no pasas”  Es una  drama desarrollado a partir de arquetipos que pueden hallarse en cualquier sociedad y cultura.  Duana,  fuera indígena o no, se enfrenta a los atavismos de una sociedad que asigna roles muy específicos a la mujer y al hombre  -¿qué sociedad  no? -  una mujer que  quiere aprender  y enseñar para participar en el intercambio de saberes, hacer ver su cultura entre las demás y que todo aquello que sirva para el desarrollo de su gente, se incorpore; una mujer que necesita hacer valer su derecho a la libertad individual.  Pero ya sabemos que esto puede ser un pecado no sólo entre indígenas, también entre gentes de diferentes religiones,  o partidos políticos o corrientes filosóficas y hasta científicas. Los seres humanos tendemos siempre a marcar espacios de participación y fronteras; a separar  y clasificar.  Lo que lleva el río pretende decirle a la gente ¡cuidado con ese afán de mantener las culturas y las etnias puras!  Con ese afán de “conservar la cultura” pues por ese camino se puede llegar a posiciones y acciones muy peligrosas y ahí tenemos  a Rossemberg, ideólogo de ese nefasto nacionalsocialismo que después desarrolló Hitler.    Podemos olvidar también que desde que comenzaron las grandes migraciones    la especie humana no ha hecho más que intercambiar genética y cultura.  Eso es lo que ha hecho evolucionar a nuestra especie y crecer.  Mantenerse aislado y “conservarse puro”  es letal para la sobrevivencia de la cultura de cualquier grupo.  El otro arquetipo desarrollado en la película es Tarsicio, un niño abandonado por el padre que se ha ido a la ciudad “detrás de los criollos.”  Ahí comienza su conflicto que crece, cuando la mujer que ama, se empeña en acercarse a la cultura de los otros, en unir lazos, en intercambiar saberes.  El síndrome del abandono que sufre Tarsicio lo lleva a aferrarse a los criterios más atávicos de su cultura. Teme a todo lo que llega del otro lado del río y ese temor y el afán de aislarse y pretender aislar a su mujer,  lo conducen a lesionar su relación de amor.  ¿Cuántas veces hemos visto este conflicto en la literatura, el cine, el teatro?  Qué significa el drama de la separación de  Romeo y Julieta sino otro que el de las víctimas de la separación de dos familias enmigas por asuntos que a ellos no les competen?   Qué es la Nora de Ibsen sino una mujer como Dauna, que se revela ante el intento de su marido de  castrar su libertar individual? 

No quiero retar a nadie con estos criterios,  sólo estaría satisfecho si  el espectador la interpretara  en un contexto amplio e hiciera el ejercicio de expandirla  y sacarla del escenario deltano e indígena.





sábado, 20 de junio de 2015

DIARIO DE UN RODAJE

Conversatorio sobre Dauna. Lo que lleva el río en el FESCIVE 2015 en Puerto Ordáz.


https://www.mixcloud.com/juanvnuneza/conversatorio-con-mario-crespo-diario-de-un-rodaje-dauna-lo-que-lleva-el-r%C3%ADo-en-el-fescive-2015/

viernes, 17 de abril de 2015

Thaelman Urgelles. Esbozo crítico de Dauna. Lo que lleva el río

Esbozo crítico. DAUNA, LO QUE LLEVA EL RIO Por Thaelman Urgelles
 

En toda cinematografía nacional se produce una relación porcentual entre el número de obras que se estrenan cada año y su diversa calidad. Así, una obra excelente suele ser la cima de un conjunto bastante mayor de películas producidas; el resto de ellas se repartirá entre algunas de aceptable calidad, un número mayor de obras de mediana factura y con frecuencia una mayoría de películas de escasa ambición creativa y ausencia de logros estéticos. Esto es así aquí, en Hollywood, en Europa, en China, en todas partes.
Pese a los prejuicios y la maledicencia con la que suelen recibirlo los espectadores y no pocos críticos especializados, el cine venezolano ofrece un aceptable “average” de películas dignas con calidad artística, si las comparamos con el conjunto global de lo producido y exhibido. En el año que transitaba apenas un mes de su recorrido, ya el mundo conoció –en la Berlinale 2015- una espléndida obra venezolana: DAUNA, LO QUE LLEVA EL RÍO, la más reciente película de Mario Crespo.
Ya los venezolanos podemos ver, en su actual recorrido por las pantallas comerciales del país, esta obra honesta, elaborada y madura que incorpora varias novedades al patrimonio estético y temático de nuestra cinematografía. En primer lugar, la aproximación intimista a un tema –el indígena- que suele ser retratado por los cineastas como una curiosidad etnográfica, cuando no como un objeto de denuncia socio-política; en segundo lugar, la elevación de un personaje femenino aborigen a la condición de protagonista activo, movilizador de la historia colectiva y agente innegociado de su propio destino individual; y en tercer lugar la generosa entrega, por el autor cinematográfico, de sus herramientas expresivas a los personajes objeto de su historia.
Porque esta es una historia contada desde el mero centro interior de los personajes elegidos para contarla -una pequeña comunidad Warao que habita desde tiempos inmemoriales a las orillas de un caño en el delta del Orinoco- y no a través de ellos, o mediante el uso de ellos como instrumento narrativo. No en balde, Crespo y su equipo eligieron trabajar con los mismos habitantes de la comunidad relatada, en sus mismas elementales chozas y en el mismo rio que por siglos los ha visto nacer, crecer, amar, reproducirse, luchar y morir. Y resultó notable la calidad actoral desplegada por estos espontáneos intérpretes de sí mismos (entre ellos no pocos ancianos, algo arduo de conseguir en cualquier tipo de colectividad), preparados con gran acierto por el maestro de actores Dimas González y conducidos con fina precisión por el propio director, quien posee sólida experiencia de trabajo con “actores” del común, en su extenso trabajo educativo cinematográfico con comunidades del Sahara africano.
Dada esta condición casi hiper-realista, lo que más nos impresionó es que el film no es para nada documental; es ficción pura, sobre personajes reales y posibles, recreados y representados magistralmente por el estupendo guion del propio Crespo e Isabel Lorenz. Un guion que, por otra parte, no asumió una ruta sencilla para contar la historia. Pudiendo conformarse con un relato lineal de la peripecia de Dauna, Crespo y Lorenz eligieron un modelo estructural complejo, en el que la trama se va armando mediante el ensamblaje de trozos aparentemente aislados que sólo adquieren plena significación en la totalidad del conjunto narrativo y hacia el final del relato. En modo alguno desmerecemos a este buen guion si recordamos un par de leves deshilados en el tejido de la red narrativa: en la introducción un tanto abrupta de la historia y en el desenlace sin mayor proceso de una subtrama, hacia la mitad del film.
Por cierto, no es esa estructura una opción presuntuosa de los autores; ella es parte integral de su proyecto artístico, un reflejo primario del desmesurado entorno que desde siempre rodeó a Dauna, a su familia, al hombre que amó desde niña, a sus vecinos y al sacerdote que se acerca a educarlos y mostrarles su Dios. Un orden que sólo se percibe completo, dentro del caos originario que lo conforma, a partir la unicidad que le proporciona el rio, ese co-protagonista imprescindible que brinda norte y sentido a la vida de todos los personajes y ata con firmes lazos los componentes de su historia.
La relación de todos ellos con el rio confiere al film una poesía que no lo abandona ni en los episodios más dramáticos y trágicos, acentuada por la austera fotografía de Gerard Uzcátegui, cuyo mérito mayor, en su indiscutible calidad, es haberse rehusado a las tentaciones del preciosismo visual, en un entorno que lo convoca a cada palmo.
Habría mucho que añadir para comentar en justicia esta película. Para abreviar, hemos de agradecer y felicitar a Mario e Isabel por el espléndido guion, a ella misma y Adriana Herrera por la impecable producción en condiciones de difícil operatividad, a Fermin Branger por el cuidado de los detalles de postproducción, a Alonso Toro por la música hermosa, discreta y pertinente, a Uzcátegui por lo ya expuesto; y a Yordana Medrano, Diego Armando Salazar y a todo el elenco de espontáneos actores aborígenes.
Y por supuesto a nuestro querido Mario Crespo, porque sabemos todo lo que de él puso en esta hermosa obra cinematográfica, nuevo motivo de orgullo para el cine nacional.
@TUrgelles
FICHA TÉCNICA:
Dirección: Mario Crespo
Guion: Mario Crespo e Isabel Lorenz
Producción Ejecutiva: Isabel Lorenz y Adriana Herrera
Fotografía: Gerard Uzcátegui
Montaje: Fermin Branger
Música: Alonso Toro
Director de Arte: Yvo Hernández
Intérpretes: Yordana Medrano (Dauna), Diego Armando Salazar (Padre Julio), Eddie Gómez (Tarsicio)
Distribución: Cines Unidos

jueves, 2 de abril de 2015

DEMOCRACIAS INTERCULTURALES VS GOBIERNOS DE MAYORÍAS...

... a propósito de LO QUE LLEVA EL RÍO.


Por qué LO QUE LLEVA EL RÍO
(Comentarios del director)

Esta película se está gestando en mi mente desde hace más de diez años. En 2001 me acerqué a las comunidades warao del Delta del Orinoco con el objetivo de transferir las herramientas de creación audiovisual  a los jóvenes de la etnia. Convivir con los warao, la segunda etnia en número de Venezuela, me ha dado la oportunidad de observar el proceso de interculturalidad que han vivido, cuyo punto de giro inicial, de más impacto, fue la llegada de los religiosos capuchinos en la primera mitad del siglo XX.  Desde ese momento hasta hoy se han ido adaptando a los cambios que necesariamente les impone convivir con las telecomunicaciones, el transporte de motor, la industria, la religión de los otros y la política.
Para ellos, conservar sus costumbres más íntimas e importantes, su cosmogonía, su lengua y con ella su literatura, que es la base de cualquier identidad, ha sido una batalla dramáticamente silenciosa. Para mí, ha resultado la posibilidad de reflexionar sobre conservación y potenciación de las culturas, lo  cual plantea un dilema desde estos dos conceptos.

¿Conservar o potenciar una cultura?

Una cultura es un sistema sociocultural vivo y siendo así, evoluciona perfeccionándose, adaptándose y creciendo en la acumulación de experiencias y saberes. Se conforma como un sistema de creencias y acciones que definen a un grupo con un mismo idioma y memoria; se transmiten de generación en generación, trascendiendo a las personas que las detentan. Pero como esta herencia no es biológica, sino intelectual, su proceso de adaptación a nuevas condiciones es volitivo y muchas veces hasta violento, pero siempre imprescindible y necesario para la evolución y el desarrollo. 
Desde que una persona viene al mundo, comienza su proceso de culturización, el cual sucede mediante la recepción de símbolos de diferente origen, sean éstos tecnológicos, científicos, políticos, morales o estéticos, que han ido cambiando también de generación en generación. La sociedad que la ha detentado a través de los años y siglos, la ha ido adaptando a las diferentes condiciones económicas, sociales, políticas, religiosas y hasta climáticas. Pero también en el intercambio inevitable y necesario con otras culturas.  Todas las culturas se han ido conformado a partir de grandes migraciones, invasiones, mezclas de todo tipo.  No existen hoy culturas ni razas puras y pretender esto, ya sabemos a dónde nos conduce: segregación,  discriminación, xenofobia, guerras, etnocidio.

Generalmente se relaciona cultura con estética y se cree que preservar danzas, músicas y manifestaciones plásticas ancestrales,  es conservar la cultura. Pero es muy distinto conservar el patrimonio artístico el idioma, la literatura, manteniendo la identidad y el sentido de pertenencia, con el fin de saber de dónde venimos y reconocer la historia, para saber cuánto hemos evolucionado, que conservar las condiciones sociales y económicas, los criterios de organización, las políticas y los valores de un grupo étnico o social determinado. Potenciar o fortalecer una cultura implica la preservación de la memoria cultural e histórica, a la vez que adaptar los valores y costumbres, la forma de pensar y actuar, utilizando aquello que hace más fuerte a la cultura de la comunidad, etnia o nación, desechando todo aquello que la anquilosa y por lo tanto la debilita. Los cambios necesarios para evolucionar, exigen cambios en la cultura.

Conservar es matar. Si pretendemos “conservar” o “preservar” un organismo –y ya establecimos que la cultura lo es- tendremos que matarlo, tal como se coloca una mariposa en un marco o se congela un alimento. Son organismos que ya no evolucionarán más, hemos detenido su proceso de desarrollo biológico. Muchos abogan, a veces sin mala intención, sino con criterios románticos e ignorancia, por la “conservación” o “preservación” de nuestras culturas autóctonas, pretendiendo que comunidades con una ascendencia cultural ancestral, mantengan sus símbolos estáticos.  Con esto, los condenamos al anquilosamiento y detenemos su evolución en aspectos  tecnológicos, científicos, políticos, sociales y éticos. Una vitrina a donde el resto del mundo pueda asomarse.  ¿Deben quedar como piezas “vivas” de un museo?  Por ese camino, nuestros indígenas deberían permanecer en taparrabos, no usar motores, no escuchar la radio ni leer la prensa y lo que es peor, sus valores morales y de organización permanecer enquistados, aún cuando muchos de ellos ya no se observen como justos en el mundo de hoy. Potenciar una cultura, es eliminar cualquier  aspecto que le impida crecer, sobrevivir, y conquistar los adelantos tecnológicos, científicos y nuevos valores, que generen nuevos rasgos culturales. Promover lo  contrario, es la decadencia y la muerte. Es  etnocidio.
 
De esto trata LO QUE LLEVA EL RÍO.  Una película en la que hablo de la utilidad del conocimiento de la cultura heredada y la necesidad de que sus depositarios evolucionen y la hagan crecer al ritmo de los tiempos, sin olvidar ni despreciar aquello que los hizo como son, lo que los une en la diferencia al resto del mundo. Propongo también, que lo verdaderamente moderno serán las democracias interculturales; ya no son viables los conceptos de democracias y gobiernos de mayoría que al fin siempre serán excluyentes.  Conseguir democracias interculturales, es el sueño de quienes abogamos como dijo Martí, por un tronco cultural global en el que se inserten las ramas de todas las culturas, en el respeto a sus formas y tradiciones más íntimas. Unidos en las diferencias. Y es que
la interculturalidad es opuesta por antonomacia a cualquier actitud de  intolerancia y fundamentalismos; pero también se opone al la falacia de la modernidad signado por el llamado "progreso" a ultranza  y la ley del más fuerte que impone su criterio a nombre de una mayoría.  


En LO QUE LLEVA EL RÍO, se enfrentan dos arquetipos sociales en una pareja de amantes. Al proponer una visión diferente, menos romántica de nuestros indígenas, muestro a una Dauna evoluciona socialmente con los tiempos y vive intensamente los valores históricos, mitológicos y artísticos de su cultura, desde su estudio y adaptación a nuevas condiciones sociales y económicas; Tarcisio, su esposo, aferrado a conceptos de organización social atrasados y discriminatorios de la mujer, pretende obligarla a permanecer anclada a ellos entorpeciendo su desarrollo. Él se enquista en modelos viejos, por lo que tiene que desaparecer. Propongo la pervivencia de un arquetipo que evoluciona y la desaparición –consecuentemente- del arquetipo que debe desaparecer.

Entonces, ¿por qué enmarcar la historia  en el  Delta del Orinoco, siendo ésta una historia tan universal?  Para una mujer  indígena, pobre y viviendo aislada en un sitio como el delta de un río, sea el Mekong, el Yan Tse, el Misissipi o el Orinoco, es mucho más difícil demostrar su valía, sobreponerse a atavismos históricos y culturales poniendo en juego toda su capacidad de resiliencia para no ser aniquilada. 




miércoles, 1 de abril de 2015

NUEVAMENTE EN IDEAS DE BABEL

Ahora es el colega director, editor, profesor de cine y crítico LUIS BOND quien dedica un espacio en IDEAS DE BABEL  para hablar de Dauna. Lo que lleva el río.
Me siento muy honrado y satisfecho por las obsequiosas observaciones que ha hecho esta revista digital sobre nuestro filme.  Aquí está. Gracias nuevamente.

Dauna, lo que lleva el río LA UNIVERSALIDAD DE UNA HISTORIA LOCAL, por Luis Bond

Dauma, lo que lleva el ríoVenezuela es un país complicado de retratar en la gran pantalla. El llanero, el gocho, el maracucho, el pescador y el citadino tienen a su vez subdivisiones que se pierden en interminables ramajes. Caer en lugares comunes o escarbar en una primera capa es algo muy sencillo cuando queremos explicar qué es ser venezolano. Ni hablar de esas fotografías de postal que enseñan a Venezuela en todo su esplendor, pero que terminan transformándose en una muletilla visual cuando se graban ciertos paisajes del país. Sin lugar a dudas, uno de los temas más susceptibles de caer en el cliché visual es el indígena, sobre todo por el gran trabajo documental que se ha hecho al respecto, abrumando cualquier intento de hacer ficción del mismo. Una labor que encaró con valor Mario Crespo y que comienza a cosecharle frutos. Después de su merecido estreno en Berlinale llega a nuestra cartelera Dauna, lo que lleva el río, la primera película venezolana hablada casi por completo en warao y cuya localidad sirve de reflejo para contar una historia harto universal: la lucha de una mujer contra la sociedad y sus ganas de trascender en el tiempo.
Dauna, lo que lleva el río narra la vida de Dauna (Yordana Medrano), una joven warao que desde muy pequeña se interesó por aprender castellano y ver más allá de las fronteras que le imponen las tradiciones de su etnia. Algo que le traerá choques con su familia, su etnia y su amor platónico Tarsicio (Eddie Gómez). A través de un guión diacrónico, conocemos la infancia, adolescencia, adultez y vejez de Dauna, sus triunfos, contratiempos y a todo lo que tuvo que enfrentarse para salir de su comunidad y cumplir sus sueños. Contrario a lo que podría pensarse, el fin último de Dauna no es viajar a la ciudad y olvidarse de sus raíces: sus ansias por aprender son precisamente para darle a conocer al mundo la cultura warao, investigarla y dejar registros de sus ancestros. Una labor que parece encomiable, pero que será mal interpretada por su comunidad, haciendo que Dauna sea rechazada por todos. Por suerte, la joven warao contará con el apoyo de un pastor (Diego Armando Salazar) y su padre para lograr sus metas y hacerle frente a todas las contrariedades que le suceden.
Desde su primer plano hasta el último, Dauna, lo que lleva el río transpira sinceridad. Más allá de su historia, la película tiene una puesta en escena sencilla, austera e intimista. La cámara de Mario Crespo se pasea casi de forma documental a través de la vida y tradiciones de los warao, pero sin sucumbir a la belleza del paisaje o la curiosidad antropológica. Por supuesto, en su metraje conseguimos retratados varios aspectos de esta etnia indígena (como su mitología, ritos, comidas y tradiciones), pero todo esto sirve como el telón de fondo en el cual Dauna se mueve, separándose por completo de cualquier tentación de perder el hilo narrativo de la ficción. Un esfuerzo encomiable al ser muy fácil el sumergirse en una cultura tan interesante y con paisajes que hipnotizan. A esto se suma un casting de primera y actuaciones convincentes que logran expresarse más a través del silencio y de los gestos que por el diálogo. El éxito de Dauna, lo que lleva el río, radica en no quedarse en la anécdota local y utilizar una historia pequeña para reflejar algo muchísimo más grande de lo que parece. La lucha de Dauna es la misma que la de muchas mujeres que intentan superar los límites que la sociedad les impone. Una batalla que, a su vez, fácilmente podría ser el espejo de cualquier persona en cualquier contexto, identificándonos con la joven warao desde que conocemos su historia. Gracias a esto, la película logra esa difícil tarea -y que tanto tenemos que trabajar en nuestra filmografía- de poseer sabor venezolano, ser autóctona y local, pero sin por eso perder su universalidad. Una de las grandes películas de este año y de las que se han atrevido a sumergirse en la cultura indígena para ver más allá de lo evidente. Esperemos que el recorrido por festivales de de Dauna, lo que lleva el río siga su curso para que nos siga representando en el extranjero como debe ser.
Lo mejor: El guión diacrónico que engancha desde el principio. La dirección de fotografía. El casting de toda la película. Las actuaciones de los principales. Su puesta en escena casi documental. La utilización del recurso de la animación para explicar los mitos indígenas.
Lo malo: Llega con muy pocas copias a nuestra sala. Su trailer no engancha y la pinta como si fuese una película por encargo para promover la cultura indígena. Por su tempo, puede llegar a ser lenta para algunos.

Alfonso Molina escribe sobre DAUNA

Alfonso Molina es uno de  los críticos de cine más importantes de Venezuela. Ahora en su periódico digital #IDEAS DE BABEL dedica un espacio a hablar de nuestra película muy positivamente.
#CINEVENEZOLANO  #DAUNA

Dauna lo que lleva el río
Yordana Medrano interpreta a la Dauna adulta en el film de Mario Crespo.
A primera vista parece un documental antropológico pero no lo es. Se trata, esencialmente, de un drama de fuerte carácter femenino ambientado en la comunidad warao del Delta del Orinoco, desde mediados de los cincuenta hasta nuestros días, aunque en rigor esta historia podría suceder en cualquier sociedad o cultura de los cinco continentes. El poder de la tradición —labrado desde la perspectiva masculina— sobre las necesidades físicas y emocionales de la mujer es universal, como universal es también la lucha de la mujer para cambiar sus condiciones de limitación. Allí reside el concepto principal de Dauna, lo que lleva el río, primer largometraje de ficción de Mario Crespo, cineasta cubano asentado en Venezuela desde hace décadas, con una larga trayectoria en el documentalismo y el cine para televisión tanto en Cuba como en Venezuela. Su film narra la vida de Dauna, desde niña hasta adulta, como corriente que fluye desde la inocencia hasta la rebelión. Como un río. Se trata de la lucha eterna entre tradición y modernidad, dos conceptos distintos pero necesarios. La historia de una mujer que requiere avanzar y ampliar sus horizontes permite comprender las limitaciones conceptuales ybprácticas de una sociedad, ya sea warao, criolla o universal.
Narrada de forma multitemporal, la película de Crespo expone el ansia de superación y la triple condición de sometida de su personaje: la tradición familiar indígena, la hegemonía masculina y la ausencia de institucionalidad educativa en la región. Sus sueños de desarrollo intelectual la conducen a aprender el español porque la lengua original es la patria emocional —como decían los polacos, tantas veces invadidos, siempre resistiendo— pero también puede ser una prisión del alma. Gracias a un sacerdote que habla warao —el padre Julio— la Dauna niña comprende sus posibilidades de abrirse camino en el plano intelectual y creativo, fuera del Delta del Orinoco. Su familia la apoya, también Tarcicio, su novio, pero en un momento dado se quiebra la armonía. Tradición o modernidad. Ese dilema inicial se convierte en postulado de liberación con el tiempo. Y Dauma es fiel a sí misma, a su cultura y a sus posibilidades de crecer. Este proceso personal está muy bien contado en la medida que Crespo ha rechazado el folclorismo y la visión maniquea para construir la densa red emocional de su Dauna y los personajes que la rodean.
De cierta manera la película propone un parábola entre el destino de Dauna y su comunidad warao. Ambos deben conservar sus raíces pero también deben plantearse los retos de la globalidad. Borrar las fronteras artificiales, establecer vínculos culturales, ampliar sus miradas, cuando la tecnología ha transformado de manera radical las relaciones entre los seres humanos y ha ofrecido mayor acceso al conocimiento. Pero ese choque no sólo lo registra la tradición warao. También lo sufre la Iglesia, cuyas autoridades limitan la vocación transformadora del padre Julio y lo obliga a abandonar su oficio… mas no su fe. Curiosamente, quien más apoya a Dauna es su padre, quien no habla español pero entiende las necesidades de su hija.
En Venezuela hay una larga tradición de documentales sobre el tema de las etnias originales. Pocas obras de ficción. Antes vimos Tokyo Paraguaipoa, de Leonardo Henríquez, Cenizas eternas, de Margarita Cadenas, y Wayú, la niña de Maracaibo, de Miguel Curiel. Las tres están narradas desde una perspectiva foránea. Un japonés, una caraqueña o un vasco actúan en la Goajira o el Orinoco. Ahora cambia la visión. Dauna, lo que lleva el río es la segunda película venezolana de ficción hablada en idioma indígena. La primera fue El regreso, de Patricia Ortega, en lengua wayu con subtítulos en castellano. Ambas comparten el punto de vista interno, en el espacio de los warao o de los wayú. Las dos hablan sobre el futuro de sus etnias.
Crespo logró una admirable unidad de estilo que se expresa en el trabajo de la imagen de Gerard Uzcátegui, el ritmo de la narración de Fermín Branger, la precisión de la ambientación de Yvo Hernández, la expresividad sonora de Gustavo A. González y la cadencia de la música de Alonso Toro. También esa unidad se apoya en las muy convincentes actuaciones de Francia Torres, Yordana Medrazo, Tibisay Torres y Teresa Farrera, en las cuatro etapas de la vida de Dauna, y de Diego Armando Salazar como el padre Julio, y Alí Bolaños como el padre de Dauna. No hay que olvidar a Marco Antonio Figuera, Yonh Maikel Figuera y Eddie Gómez en las tres etapas de Tarcicio. Los intérpretes warao contaron con el asesoramiento del reconocido actor venezolano Dimas González.
Pero esa unidad debe sobre todo su armónica coherencia al trabajo guionístico, nada fácil, muy complejo, de Isabel Lorenz y el propio Crespo. La película está contada desde la mirada subjetiva de su personaje principal. Toda la trama se arma alrededor de ella. Los tiempos se alternan, las circunstancias cambian, el drama se desarrolla y serpentea, pero siempre Dauna está allí, con su razón y su lucha, también con su afectividad.
Una reflexión final. Varias de la últimas óperas primas nacionales —no todas, afortunadamente— han querido universalizarse y abstraerse de la realidad venezolana. En un país donde la cotidianidad nos abofetea. Ejecutan una suerte de ruptura con la tradición de cine social que se ha hecho en Venezuela desde los años sesenta. Siento que hay un mayor vínculo con la técnica narrativa que con lo que nos sucede como país. Un distanciamiento no brechtiano sino vergonzoso. En ese panorama se presenta, en cambio, Dauna, lo que lleva el río, como un film referido directamente a una etnia y un país, a una cultura y una realidad muy concreta, muy local pero también universal. Una película importante que se aparta del camino de las convenciones.
DAUNA, LO QUE LLEVA EL RÍO, Venezuela, 2014. Dirección: Mario Crespo. Guion: Isabel Lorenz y Mario Crespo. Producción: Adriana Herrera, Fermín Branger, Isabel Lorenz y Mario Crespo. Fotografía: Gérard Uzcátegui. Edición: Fermín Branger. Sonido: Gustavo A. González. Dirección de arte: Yvo Hernández. Elenco: Yordana Medrano, Diego Armando Salazar, Eddie Gómez, Teresa Farrera, Tibisay Torres. Distribución: Cinematográfica Blancica.

El afiche animado de LO QUE LLEVA EL RÍO

El diseñador de la gráfica publicitaria de la película LO QUE LLEVA EL RÍO ( En Venezuela, DAUNA. Lo que lleva el río) Carlos González, ha realizado una animación de su poster que les dejo aquí para que lo disfruten.
Al animarlo,  el diseñador  destaca aquellos elementos del afiche que simbolizan las características más resaltantes del personaje y su conflicto.  Sugiero subir el volumen a las bocinas, para que puedan  apreciar también la magnífica música de Alonso Toro.


viernes, 30 de enero de 2015

SOBRE EL TÍTULO DE ( DAUNA) Lo que lleva el río, antes Naiwaká o Nahiwaká. Lo que lleva el río.



El título de una película puede cambiar muchas veces mientras el realizador va rumiando, anotando, escribiendo escenas y diálogos o al dar  a leer su tratamiento  a los amigos que le hacen notar cosas que él mismo no había advertido en su historia. Hay quienes van anotando posibles títulos para la obra.  Otras veces no. Se escoje un título de trabajo y con ese es bautizado en  las oficinas de derechos de autor.  Lo que es invariable es el hecho de que  se van descubriendo cosas nuevas cada día que pueden hacer variar el enfoque y con esto, tal vez, el título. Es que el guión es algo  vivo.  Tan vivo, que tiene un momento de gestación, nacimiento, desarrollo y un día muere con el comienzo del rodaje.  O pudiéramos decir que se transmuta en otra obra que ya será distinta de la que había en el papel.   Cuando aparece una idea, que puede inspirarse en  un suceso de nuestra vida, una noticia de prensa, un verso de un poema, una imagen que vimos desde la ventana del autobús;  la primera intención es nombrarlo aunque no sea más que para identificarlo y diferenciarlo de los otros argumentos.  Esa idea empieza a  dar vueltas en la cabeza, se revuelca una y otra vez con las neuronas y entonces uno empieza a tener una sensibilidad especial para captar  señales del exterior. Todo lo que se ve, se escucha,  se lee y se vive,  nutre a ese pequeño mounstruo que se gesta en uno como un ser de varias cabezas.  Va formándose y creciendo en forma de sucesos y personajes que comienzan a moverse, hablar y a tener personalidad y carácter propios.  Una larga gestación a veces. Y también traumática,  pues puede llegar a atormentar o distraer cada vez más.  Uno a uno ( pueden turnarse malévolamente), o todos juntos,  los personajes te despietan de madrugada, con una frase que te  martilla en la cabeza, con una discusión o un acto temerario que pone en riesgo sus vidas.  Y así van creciendo y con ellos el guión y uno se olvida del nombre de la obra, ya eso no importa y muchas veces ese primer nombre acompaña al guión hasta el momento mismo del rodaje o la post producción y la fuerza de la costumbre impide que uno sienta la necesidad de cambiarlo, aunque también  puede aparecer un elemento que nos ponga entonces  a pensar nuevamente en el tema título.



En el caso de LO QUE LLEVA EL RÍO, en sus catorce versiones, aparecieron y desaparecieron personajes; se fue cambiando la fecha de inicio de la historia; el nombre de la protagonista y sus diferentes relaciones sociales.  Ella, primero se llamó Mare  y en el largo proceso de investigación, validación de datos y escritura, desccubrimos que Mare, en la literatura mitológica de los warao, es una muchacha alegre que siempre ríe y que parece es de una vida “algo fácil” pues ella desapareció un tiempo de su comunidad y un día regresó bailando y repartiendo sonoras carcajadas y, según el padre Barralt, mare significa “alegre y musiquero, que ameniza.”  Definitivamente, no convenía ese nombre. Buscando otro, Carmen Medrano, warao, de Araguaimuo,  nos sugirió Dauna, que significa, monte, selva tupida para ellos.  Nos pareció bien y la rebautizamos a partir de la cuarta o quinta versión como Dauna, pero el guión para nosotros se titulaba  NAIWAKÁ. Lo que lleva el río. La palabra Naiwaká la tomamos  del diccionario del padre Barralt en el que aparece como “deslizamiento lento de un líquido” y  nos pareció más relacionado con la historia de Dauna, su historia de amor y el desarrollo lento e indetenible de una cultura.   Así llegó con este título hasta la etapa de la pre producción, pero ya en la zona de San Francisco de Guayo, preparando el rodaje, Mario Torres, uno de nuestros lancheros, nos dijo que  en esa zona en la que filmaríamos, la palabra naiwaká con esa acepción de “derramarse o fluir lento de un líquido”, se usaba también para referirse a la menstruación de la mujer. ¡Nos pareció providencial! Para esta historia de amor, de género, sobre la vida de una mujer de una etnia donde la menstruación tiene varios significados importantes, algunos de ellos tabú, nos venía como anillo al dedo la palabra en el título. Pero mi amigo Torres no pensaba igual y algunas  mujeres tampoco. Lo veían feo.   Se acabó. Quitaríamos el Naiwaká y lo dejaríamos sólo como LO QUE LLEVA EL RÍO.  Después detodo, siempre me interesó este título que estuvo desde los primerospapeles, me interesa significar a la cultura como un grande y caudaloso  río que arrastra consigo muchas corrientes, muchas cosas, que contiene de todo en su cuerpo ancho e imparable.

Nos vimos de vuelta entonces a los trámites burocráticos ante las oficinas de CNAC y de derecho de autor, para al fin dejar el título primigenio y lleno de significados por lo que no me irritaba sino que me sentía aliviado.  Con el título original Naiwaká,  que se ve en las claquetas, filmamos mientras se hacían los cambios en papeles y también  pasamos toda la etapa de post producción y llegamos al momento de estrenar y exhibir  al fin LO QUE LLEVA EL RÍO. Entraron en escena los distribuidores en Venezuela y objetaron el título y alegaban que el filme debería llamarse DAUNA, como la protagonista, por ser el nombre de una mujer.  Así, cuando ya creíamos que lo del título estaba resuelto y terminado, empezo de nuevamente la angustia por  nuevos cambios  y yo,  a defender mi querid título hasta que apareció un argumento irrebatible.  Una colega estrenó en Venezuela un magnífico documental llamado El río que nos atraviesa realizado en paisajes del oriente del país e involucrando un río y a indígenas.    En CINES UNIDOS  preocupaba que la asociación con la palabra río y los paisajes, hiciera pensar a los espectadores venezolanos que ya habían visto la película  y escogieran otra opción.  Tuve que vencer mi resistencia de nuevo  y  ceder ante la justificada preocupación de quienes tienen la experiencia de poner una película  en pantalla. Así, en Venezuela veremos la película con el nombre de DAUNA. Lo que lleva el río y en el exterior será exhibida como Lo que lleva el río.  
En todo caso, lo que es importante para mí, es que esta historia de amor sea bien recibida por el público y que las ideas que propone sirvan para la reflexión acerca del valor de la mujer  y sobre la necesidad de ciudadanías y democracias multiculturales.

miércoles, 28 de enero de 2015

¿POR QUÉ LO QUE LLEVA EL RÍO?


Durante más de tres años trabajé con algunas comunidades de la etnia warao en el Delta del Orinoco. Fui allí a enseñar a un grupo de jóvenes el uso de las herramientas audiovisuales, con el fin de que pudieran documentar y rescatar su memoria cultural e histórica.  Desde ese momento y hasta hoy, no he dejado de visitar sus comunidades y cultivar su amistad.  No he abandonado mi proceso de conocimiento de esa cultura y las personas que la detentan y hacen viva.
Convivir con los warao, me ha dado la oportunidad de observar el drama de  su defensa de la lengua y  la memoria cultural e histórica; la vergüenza indígena y el conflicto de la transculturación,  cuyo punto de giro inicial y de más impacto, fue la llegada de los religiosos capuchinos en la primera mitad del siglo XX.  Desde ese momento hasta hoy se han ido adaptando a los cambios que necesariamente les impone convivir con las telecomunicaciones, el transporte de motor, la industria, la religión de los otros y la política y han luchado para mantener su más hondas y valiosas tradiciones.
Para ellos, conservar sus costumbres más íntimas e importantes, su cosmogonía, su lengua y con ella su literatura, que es la base de cualquier identidad, ha sido una batalla dramáticamente silenciosa. Para mí, ha resultado un llamado a la  reflexión sobre conservación y potenciación de las culturas, lo  cual plantea un dilema desde estos dos conceptos.

 Mi interés por enseñar y transferir tecnologías audiovisuales a jóvenes warao en los caños del delta, llamaba la atención de muchos; pero no todos se expresaban de la misma manera sobre mi empeño. Unos, me felicitaban porque estaba contribuyendo a la “conservación” de la cultura warao; otros, criticaban mis prácticas por que con ellas estaba “criollizando” a los indígenas, alejándolos de lo más puro de sus costumbres. Para mi, ambos criterios estaban basados en un mismo error de concepción de  cultura, pero igual tuve que meditar mucho para alejarme de semejantes lugares comunes.

¿Conservar o potenciar una cultura?

Una cultura es un sistema sociocultural vivo y siendo así, evoluciona perfeccionándose, adaptándose y creciendo en la acumulación e intercambio de experiencias y saberes. Se conforma como un sistema de creencias y acciones que definen a un grupo y se transmiten de generación en generación, trascendiendo a las personas que las detentan. Pero como esta herencia no es biológica, sino intelectual, su proceso de adaptación a nuevas condiciones es volitivo y muchas veces hasta violento y no involuntario y derivativo, como sucede con las adaptaciones genéticas.  En todo caso, desde que una persona viene al mundo, comienza su proceso de culturización, el cual sucede mediante la recepción de símbolos de diferente origen, sean éstos tecnológicos, científicos, políticos, morales o estéticos, que han ido cambiando también de generación en generación. La sociedad que la ha detentado a través de los años y siglos, la ha ido adaptando a las diferentes condiciones económicas, sociales, políticas, religiosas y hasta atmosféricas.

Conservar es matar. Si pretendemos “conservar” o “preservar” un organismo –y ya establecimos que la cultura lo es- tendremos que matarlo, tal como se coloca una mariposa en un marco o se congela un alimento. Son organismos que ya no evolucionarán más, hemos detenido su proceso de desarrollo biológico.


Generalmente se relaciona cultura con estética y se cree que preservar danzas, músicas y manifestaciones plásticas ancestrales,  es conservar la cultura. Pero es muy distinto conservar el patrimonio cultural, manteniendo la identidad y el sentido de pertenencia, con el fin de saber de dónde venimos y reconocer la historia, para saber cuánto hemos evolucionado, que conservar las condiciones sociales y económicas, los criterios de organización, las políticas y los valores de un grupo étnico o social determinado. Potenciar o fortalecer una cultura implica la preservación de la memoria cultural e histórica, a la vez que adaptar los valores y costumbres, la forma de pensar y actuar, utilizando aquello que hace más fuerte a la cultura de la comunidad, etnia o nación, desechando todo aquello que la anquilosa y por lo tanto la debilita. Los cambios necesarios para evolucionar, exigen cambios en la cultura. Puesto que el crecimiento es cambio en sentido positivo, el estancamiento implica decadencia y por tanto un movimiento en sentido negativo. 

Muchos abogan, a veces sin mala intención, sino con criterios románticos e ignorancia, por la “conservación” o “preservación” de nuestras culturas autóctonas, pretendiendo que comunidades con una ascendencia cultural ancestral, mantengan sus símbolos estáticos.  Con esto, los condenamos al anquilosamiento y detenemos su evolución en aspectos  tecnológicos, científicos, políticos y éticos. Una vitrina a donde el resto del mundo pueda asomarse.  ¿Deben quedar como “piezas vivas” de un museo? Por ese camino, nuestros indígenas deberían permanecer en taparrabos, no usar motores, no escuchar la radio ni leer la prensa y lo que es peor, sus valores morales y de organización permanecer enquistados, aún cuando muchos de ellos ya no se observen como humanamente justos en el mundo de hoy. Potenciar una cultura, es eliminar cualquier  aspecto que le impida crecer, sobrevivir, y conquistar los adelantos tecnológicos, científicos y nuevos valores, que generen nuevos rasgos culturales. Lo contrario, es la decadencia y la muerte.
 
De esto trata LO QUE LLEVA EL RÍO.  Una película en la que  he tratado sobre la utilidad del conocimiento de la cultura heredada y la necesidad de que sus depositarios evolucionen y la hagan crecer al ritmo de los tiempos, sin olvidar ni despreciar aquello que los hizo como son, lo que los une en la diferencia, al resto del mundo.

En mi filme, se enfrentarán dos criterios en las personas de una pareja de amantes. Propongo una visión diferente, menos romántica de nuestros indígenas. Mientras que Dauna evoluciona socialmente con los tiempos y vive intensamente los valores históricos, mitológicos y artísticos de su cultura, desde su estudio y adaptación a nuevas condiciones sociales y económicas; Tarsicio su esposo, aferrado a conceptos de organización social atrasados y discriminatorios de la mujer, pretende obligarla a permanecer anclada a ellos entorpeciendo su desarrollo, se enquista en modelos viejos, degenera y desaparece sin dejar descendencia. Son dos arquetipos, más que personajes.  Con sus virtudes y defectos, cada uno representa un modo de ser y vivir la cultura en lo que Dauna será  la portadora de un nuevo modelaje, proponente de valores de modernidad sin perder la esencia de su memoria cultural e histórica, como dijo José Martí:  “insertando las ramas de la cultura autóctona en el tronco de la cultura universal”

Mario Crespo
Caracas, 2012

domingo, 25 de enero de 2015

DIEGO ARMANDO SALAZAR, un cura capuchino en el Delta del Orinoco.


Diego Armando Salazar es coprotagonista de la pelícua LO QUE LLEVA EL RÍO ( en Venezuela, DAUNA, Lo que lleva el río) que tendrá su estreno mundial en la Berlinale, en la exclusiva sección NATIVe, el 17 de febrero de 2015.

 Cuando aparece en la película, tiene unos cuarenta años y declara que lo deja todo y se va, deja la iglesia para  llevar la vida de un hombre común.  Casi inmediatamente le vemos mucho más joven  y  amigo del padre de Dauna, su informante antropológico, a quien  confiesa en una de las sesiones de trabajo que ha ido al Delta buscando reencontrarse con su fé. El sabio hombre indígena le dice una sentencia que lo deja perplejo:  "Muchas veces, cuando buscamos desesperadamente un cambio, en realidad estamos huyendo de algo"   Había llegado al Delta recién ordenado sacerdote con veinticinco  años aproximadamente.
Así empieza la presentación de este personaje en LO QUE LLEVA EL RÍO ( en Venezuela, DAUNA. Lo que lleva el río)  que interpreta el joven actor de teatro, cine y televisión Diego Armando Salazar y así se presenta el que será su mayor conflicto: escapar.  No debo decir ahora de qué está escapando el padre Julio. Lo dejo para que lo descubran en las salas cinematográficas. Sólo les diré que este hombre está marcado por una condición y ahí radica su gran conflicto.

A Diego, lo habíamos visto en Cenizas Eternas (de Margarita Cadenas), Habana Eva ( de Fina Torres), también en telenovelas y mucho teatro y nos llamaba la atención su gran capacidad de transformación en escena.  Más joven, más viejo, moreno, rubio según el personaje pero siempre con la expresión corporal adecuada, siempre diciendo muy bien y sinceramente sus parlamentos. Diferente cada vez.   Parecía el que necesitábamos, un actor que pudiera ir desde los veinticinco años a los cincuenta y cinco a lo largo del filme, con una dificultad adicional: el montaje de la película lleva saltos cronológicos por lo que su transformación etaria no la ve el espectador de forma ordenada.  Era necesario entonces que siempre se pudiera reconocer al personaje en sus distintas edades. 
El actor y amigo Dimas González, quien sería el preparador  de los actores indígenas, me lo recomienda y me da sus teléfonos. Veinticuatro horas después, estaba ante mí. Buena primera impresión a la que agregaba unas sonoras carcajadas y una decisión sin espacio para las dudas.   Tienes que aprender el idioma warao, le dije. ¡Pues le echamos piernas! fue su respuesta con una sonrisa valiente. 
Había otros candidatos para el personaje y yo tuve que viajar al Delta con Dimas González y Daniel Ramírez, mi jefe de casting, para escoger a los primeros candidatos a los personajes indígenas. Quedaron encargadas las productoras Adriana Herrera e Isabel Lorenz de llamar a los cinco candidatos y filmarles una pequeña escena de su personaje y enviármelo por correos electrónico para que pudiera ir tomando decisiones.  Al fin nos decidimos por Diego y éste comenzó a prepararse para el segundo obstáculo que le imponía este personaje y que era nada menos que aprender warao.
Teresa Farrera,  la traductora del guión del español al warao, sería la encargada de enseñarle los fonemas y su pronunciación.  Tenía largos parlamentos en ese idioma con una carga emotiva fuerte por demás.  Esto  implicaba saber qué decía con cada frase y darle la intención que merecía.  Fueron días de trabajo diario para él y Teresa y me sorprendió en uno de  mis regresos del Delta, con un saludo en warao y diciengo los textos de forma magnífica.  Le echó piernas, como me prometió y lo logró.
El rodaje en condiciones difíciles, sobre todo para personas de ciudad como nosotros en el hábito de andar por tierra firme, tuvo momentos de verdadera tensión.  Fueron siete semanas a más de cinco horas río abajo, casi llegando al mar en las comunidades deltanas de Jokabanoko y San Francisco de Guayo. Pero Diego lo convertía todo en una fiesta.  Siempre tenía un chiste, una carcajada, una frase cariñosa para sus colegas de escena. Terminaba una toma y me miraba serio con ojos interrogantes y yo le hacía una seña de confianza y satisfacción. Momento para la salida ingeniosa, el chiste y alegrar el ambiente. Diego, aparte de excelente y dedicado actor, es el colega que todos deseamos tener.
Gracias Dieguito. Sólo espera por los aplausos.