Durante más de tres años trabajé con algunas
comunidades de la etnia warao en el Delta del Orinoco. Fui allí a enseñar a un
grupo de jóvenes el uso de las herramientas audiovisuales, con el fin de que pudieran
documentar y rescatar su memoria cultural e histórica. Desde ese momento y hasta hoy, no he dejado de
visitar sus comunidades y cultivar su amistad.
No he abandonado mi proceso de conocimiento de esa cultura y las
personas que la detentan y hacen viva.
Convivir con los warao, me ha
dado la oportunidad de observar el drama de
su defensa de la lengua y la
memoria cultural e histórica; la vergüenza indígena y el conflicto de la transculturación, cuyo punto de giro inicial y de más impacto,
fue la llegada de los religiosos capuchinos en la primera mitad del siglo
XX. Desde ese momento hasta hoy se han
ido adaptando a los cambios que necesariamente les impone convivir con las
telecomunicaciones, el transporte de motor, la industria, la religión de los
otros y la política y han luchado para mantener su más hondas y valiosas
tradiciones.
Para ellos, conservar sus costumbres más íntimas e importantes, su
cosmogonía, su lengua y con ella su literatura, que es la base de cualquier
identidad, ha sido una batalla dramáticamente silenciosa. Para mí, ha resultado
un llamado a la reflexión sobre
conservación y potenciación de las culturas, lo
cual plantea un dilema desde estos dos conceptos.
Mi interés por enseñar y transferir tecnologías
audiovisuales a jóvenes warao en los caños del delta, llamaba la atención de
muchos; pero no todos se expresaban de la misma manera sobre mi empeño. Unos, me
felicitaban porque estaba contribuyendo a la “conservación” de la cultura
warao; otros, criticaban mis prácticas por que con ellas estaba “criollizando”
a los indígenas, alejándolos de lo más puro de sus costumbres. Para mi, ambos
criterios estaban basados en un mismo error de concepción de cultura, pero igual tuve que meditar mucho
para alejarme de semejantes lugares comunes.
¿Conservar
o potenciar una cultura?
Una cultura es un sistema sociocultural vivo y
siendo así, evoluciona perfeccionándose, adaptándose y creciendo en la
acumulación e intercambio de experiencias y saberes. Se conforma como un
sistema de creencias y acciones que definen a un grupo y se transmiten de
generación en generación, trascendiendo a las personas que las detentan. Pero
como esta herencia no es biológica, sino intelectual, su proceso de adaptación
a nuevas condiciones es volitivo y muchas veces hasta violento y no
involuntario y derivativo, como sucede con las adaptaciones genéticas. En todo caso, desde que una persona viene al
mundo, comienza su proceso de culturización, el cual sucede mediante la
recepción de símbolos de diferente origen, sean éstos tecnológicos,
científicos, políticos, morales o estéticos, que han ido cambiando también de generación
en generación. La sociedad que la ha detentado a través de los años y siglos,
la ha ido adaptando a las diferentes condiciones económicas, sociales,
políticas, religiosas y hasta atmosféricas.
Conservar es matar. Si pretendemos “conservar” o
“preservar” un organismo –y ya establecimos que la cultura lo es- tendremos que
matarlo, tal como se coloca una mariposa en un marco o se congela un alimento. Son
organismos que ya no evolucionarán más, hemos detenido su proceso de desarrollo
biológico.
Generalmente se relaciona cultura con estética y se
cree que preservar danzas, músicas y manifestaciones plásticas ancestrales, es conservar la cultura. Pero es muy distinto
conservar el patrimonio cultural, manteniendo la identidad y el sentido de
pertenencia, con el fin de saber de dónde venimos y reconocer la historia, para
saber cuánto hemos evolucionado, que conservar las condiciones sociales y económicas,
los criterios de organización, las políticas y los valores de un grupo étnico o
social determinado. Potenciar o fortalecer una cultura implica la preservación
de la memoria cultural e histórica, a la vez que adaptar los valores y
costumbres, la forma de pensar y actuar, utilizando aquello que hace más fuerte
a la cultura de la comunidad, etnia o nación, desechando todo aquello que la
anquilosa y por lo tanto la debilita. Los cambios necesarios para evolucionar,
exigen cambios en la cultura. Puesto que el crecimiento es cambio en sentido
positivo, el estancamiento implica decadencia y por tanto un movimiento en
sentido negativo.
Muchos abogan, a veces sin mala intención, sino con
criterios románticos e ignorancia, por la “conservación” o “preservación” de
nuestras culturas autóctonas, pretendiendo que comunidades con una ascendencia
cultural ancestral, mantengan sus símbolos estáticos. Con esto, los condenamos al anquilosamiento y
detenemos su evolución en aspectos
tecnológicos, científicos, políticos y éticos. Una vitrina a donde el
resto del mundo pueda asomarse. ¿Deben
quedar como “piezas vivas” de un museo? Por ese camino, nuestros indígenas
deberían permanecer en taparrabos, no usar motores, no escuchar la radio ni
leer la prensa y lo que es peor, sus valores morales y de organización permanecer
enquistados, aún cuando muchos de ellos ya no se observen como humanamente
justos en el mundo de hoy. Potenciar una cultura, es eliminar cualquier aspecto que le impida crecer, sobrevivir, y
conquistar los adelantos tecnológicos, científicos y nuevos valores, que
generen nuevos rasgos culturales. Lo contrario, es la decadencia y la muerte.
De esto trata LO QUE LLEVA EL RÍO. Una película en la que he tratado sobre la utilidad del conocimiento
de la cultura heredada y la necesidad de que sus depositarios evolucionen y la
hagan crecer al ritmo de los tiempos, sin olvidar ni despreciar aquello que los
hizo como son, lo que los une en la diferencia, al resto del mundo.
En mi filme, se enfrentarán dos criterios en las
personas de una pareja de amantes. Propongo una visión diferente, menos
romántica de nuestros indígenas. Mientras que Dauna evoluciona socialmente con
los tiempos y vive intensamente los valores históricos, mitológicos y
artísticos de su cultura, desde su estudio y adaptación a nuevas condiciones
sociales y económicas; Tarsicio su esposo, aferrado a conceptos de organización
social atrasados y discriminatorios de la mujer, pretende obligarla a permanecer
anclada a ellos entorpeciendo su desarrollo, se enquista en modelos viejos,
degenera y desaparece sin dejar descendencia. Son dos arquetipos, más que
personajes. Con sus virtudes y defectos,
cada uno representa un modo de ser y vivir la cultura en lo que Dauna será la portadora de un nuevo modelaje, proponente
de valores de modernidad sin perder la esencia de su memoria cultural e
histórica, como dijo José Martí: “insertando
las ramas de la cultura autóctona en el tronco de la cultura universal”
Mario Crespo
Caracas, 2012
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Tu mensaje deberá esperar por el moderador del blog para ser publicado