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miércoles, 28 de enero de 2015

¿POR QUÉ LO QUE LLEVA EL RÍO?


Durante más de tres años trabajé con algunas comunidades de la etnia warao en el Delta del Orinoco. Fui allí a enseñar a un grupo de jóvenes el uso de las herramientas audiovisuales, con el fin de que pudieran documentar y rescatar su memoria cultural e histórica.  Desde ese momento y hasta hoy, no he dejado de visitar sus comunidades y cultivar su amistad.  No he abandonado mi proceso de conocimiento de esa cultura y las personas que la detentan y hacen viva.
Convivir con los warao, me ha dado la oportunidad de observar el drama de  su defensa de la lengua y  la memoria cultural e histórica; la vergüenza indígena y el conflicto de la transculturación,  cuyo punto de giro inicial y de más impacto, fue la llegada de los religiosos capuchinos en la primera mitad del siglo XX.  Desde ese momento hasta hoy se han ido adaptando a los cambios que necesariamente les impone convivir con las telecomunicaciones, el transporte de motor, la industria, la religión de los otros y la política y han luchado para mantener su más hondas y valiosas tradiciones.
Para ellos, conservar sus costumbres más íntimas e importantes, su cosmogonía, su lengua y con ella su literatura, que es la base de cualquier identidad, ha sido una batalla dramáticamente silenciosa. Para mí, ha resultado un llamado a la  reflexión sobre conservación y potenciación de las culturas, lo  cual plantea un dilema desde estos dos conceptos.

 Mi interés por enseñar y transferir tecnologías audiovisuales a jóvenes warao en los caños del delta, llamaba la atención de muchos; pero no todos se expresaban de la misma manera sobre mi empeño. Unos, me felicitaban porque estaba contribuyendo a la “conservación” de la cultura warao; otros, criticaban mis prácticas por que con ellas estaba “criollizando” a los indígenas, alejándolos de lo más puro de sus costumbres. Para mi, ambos criterios estaban basados en un mismo error de concepción de  cultura, pero igual tuve que meditar mucho para alejarme de semejantes lugares comunes.

¿Conservar o potenciar una cultura?

Una cultura es un sistema sociocultural vivo y siendo así, evoluciona perfeccionándose, adaptándose y creciendo en la acumulación e intercambio de experiencias y saberes. Se conforma como un sistema de creencias y acciones que definen a un grupo y se transmiten de generación en generación, trascendiendo a las personas que las detentan. Pero como esta herencia no es biológica, sino intelectual, su proceso de adaptación a nuevas condiciones es volitivo y muchas veces hasta violento y no involuntario y derivativo, como sucede con las adaptaciones genéticas.  En todo caso, desde que una persona viene al mundo, comienza su proceso de culturización, el cual sucede mediante la recepción de símbolos de diferente origen, sean éstos tecnológicos, científicos, políticos, morales o estéticos, que han ido cambiando también de generación en generación. La sociedad que la ha detentado a través de los años y siglos, la ha ido adaptando a las diferentes condiciones económicas, sociales, políticas, religiosas y hasta atmosféricas.

Conservar es matar. Si pretendemos “conservar” o “preservar” un organismo –y ya establecimos que la cultura lo es- tendremos que matarlo, tal como se coloca una mariposa en un marco o se congela un alimento. Son organismos que ya no evolucionarán más, hemos detenido su proceso de desarrollo biológico.


Generalmente se relaciona cultura con estética y se cree que preservar danzas, músicas y manifestaciones plásticas ancestrales,  es conservar la cultura. Pero es muy distinto conservar el patrimonio cultural, manteniendo la identidad y el sentido de pertenencia, con el fin de saber de dónde venimos y reconocer la historia, para saber cuánto hemos evolucionado, que conservar las condiciones sociales y económicas, los criterios de organización, las políticas y los valores de un grupo étnico o social determinado. Potenciar o fortalecer una cultura implica la preservación de la memoria cultural e histórica, a la vez que adaptar los valores y costumbres, la forma de pensar y actuar, utilizando aquello que hace más fuerte a la cultura de la comunidad, etnia o nación, desechando todo aquello que la anquilosa y por lo tanto la debilita. Los cambios necesarios para evolucionar, exigen cambios en la cultura. Puesto que el crecimiento es cambio en sentido positivo, el estancamiento implica decadencia y por tanto un movimiento en sentido negativo. 

Muchos abogan, a veces sin mala intención, sino con criterios románticos e ignorancia, por la “conservación” o “preservación” de nuestras culturas autóctonas, pretendiendo que comunidades con una ascendencia cultural ancestral, mantengan sus símbolos estáticos.  Con esto, los condenamos al anquilosamiento y detenemos su evolución en aspectos  tecnológicos, científicos, políticos y éticos. Una vitrina a donde el resto del mundo pueda asomarse.  ¿Deben quedar como “piezas vivas” de un museo? Por ese camino, nuestros indígenas deberían permanecer en taparrabos, no usar motores, no escuchar la radio ni leer la prensa y lo que es peor, sus valores morales y de organización permanecer enquistados, aún cuando muchos de ellos ya no se observen como humanamente justos en el mundo de hoy. Potenciar una cultura, es eliminar cualquier  aspecto que le impida crecer, sobrevivir, y conquistar los adelantos tecnológicos, científicos y nuevos valores, que generen nuevos rasgos culturales. Lo contrario, es la decadencia y la muerte.
 
De esto trata LO QUE LLEVA EL RÍO.  Una película en la que  he tratado sobre la utilidad del conocimiento de la cultura heredada y la necesidad de que sus depositarios evolucionen y la hagan crecer al ritmo de los tiempos, sin olvidar ni despreciar aquello que los hizo como son, lo que los une en la diferencia, al resto del mundo.

En mi filme, se enfrentarán dos criterios en las personas de una pareja de amantes. Propongo una visión diferente, menos romántica de nuestros indígenas. Mientras que Dauna evoluciona socialmente con los tiempos y vive intensamente los valores históricos, mitológicos y artísticos de su cultura, desde su estudio y adaptación a nuevas condiciones sociales y económicas; Tarsicio su esposo, aferrado a conceptos de organización social atrasados y discriminatorios de la mujer, pretende obligarla a permanecer anclada a ellos entorpeciendo su desarrollo, se enquista en modelos viejos, degenera y desaparece sin dejar descendencia. Son dos arquetipos, más que personajes.  Con sus virtudes y defectos, cada uno representa un modo de ser y vivir la cultura en lo que Dauna será  la portadora de un nuevo modelaje, proponente de valores de modernidad sin perder la esencia de su memoria cultural e histórica, como dijo José Martí:  “insertando las ramas de la cultura autóctona en el tronco de la cultura universal”

Mario Crespo
Caracas, 2012

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