Esta tarde, gracias a Casa América
Madrid, conmemoramos un aniversario más de la ciudad de La Habana, que arribará
a sus quinientos años el próximo 16 de Noviembre, y tendremos el privilegio de
convocar y dialogar con un espíritu ilustre y omnipresente de aquella ciudad:
El habanero Alexis Carpentier Valmont, al que todos conocimos como Alejo
Carpentier.
Lo convocaremos aquí a través de ese
“médium” maravilloso que es el cine y podremos disfrutar de su voz, su gesto y
su inmensa cultura y comprobaremos como su presencia sigue gravitando sobre
muchos de los aspectos de la cultura artística cubana actual.
Algunos puristas han dicho
que esto que veremos hoy no es un documental técnicamente hablando, que se trata
solo de una charla filmada. Podrían tener razón si el valor precisamente
documental del discurso de su protagonista no tuviera la gran relevancia que
tiene en cuanto a información, a lo que significa poder visitar y re visitar a
uno de los intelectuales más conspicuos que nos dio la Cuba del siglo XX y
disfrutar de su clase magistral de oratoria.
No es en sus características formales
donde reside la importancia documental del filme, pues no posee animaciones,
efectos especiales, letreros, ni las tradicionales encuestas o locuciones a las
que el género nos tiene acostumbrados.
Es solo el conferencista frente a dos cámaras haciendo una amena
charla. Apenas unas ilustraciones, fotos
muy pocas y perfectamente prescindibles, ilustran el filme y así, (cito
al crítico Luciano Castillo), “transcurren
110 imperceptibles minutos, metraje importante para un filme de esta
naturaleza. Su valor está en la fluida conversación de Carpentier, la
observación interesante o la aclaración oportuna, que logran absorber la
atención y producir la sensación de un diálogo con el conferencista.”
Las cámaras se mantuvieron todo el
tiempo sin variar el encuadre, en plano americano, a la altura de las rodillas.
Este carácter de la fotografía empleada, en concordancia con el tono sobrio
seleccionado por el realizador, es extensivo al resto de la tetralogía de la
que forma parte. Y a propósito, comenta el director Héctor
Veitía (vuelvo a citar a Castillo
quien a su vez cita al director) «Decidimos
no mover las dos cámaras en ningún momento, para que no hubiera intermediario
con el espectador. Es un riesgo que
asumimos y que después definieron algunos como “estilo Carpentier” por sus
características específicas.»
Habla Carpentier… de La Habana, como ya dijimos, forma
parte de una tetralogía en la que el erudito, profesor universitario,
periodista, musicólogo, publicista, guionista de cine, pionero de la radio,
diplomático y sobre todo escritor, aborda temas como los usos y costumbres de
La Habana republicana en su período de 1912 a 1930; y en otros tres, discursa
sobre la música, el surrealismo y su obra literaria. Así es que, para los
interesados, existen estas cuatro joyas documentales que son:
Habla Carpentier… sobre La Habana, que
veremos esta tarde.
Habla Carpentier… sobre la música
Habla Carpentier … sobre el surrealismo
y,
Habla Carpentier… sobre su literatura
El director de la serie es Héctor Veitía,
nacido en la ciudad de Caibarién en 1939, licenciado en Estudios Cubanos por la
Universidad de La Habana, quien comenzó a trabajar muy joven en el Instituto
Cubano del Arte e Industria Cinematográficos ICAIC en 1961 como asistente de
dirección. Colaboró con el documentalista Joris Ivens a su paso por Cuba y fue
asistente del danés Theodor Christensen en el documental Ella, la primera película
en abordar el tema de la situación de la mujer en el marco de la
revolución. (y me permito un paréntesis,
que no es gratuíto porque nuestro conferencista
hablará en unos minutos cómo sólo a 60 años de distancia del momento de su
conferencia, La Habana era una ciudad sin mujeres) Sara Gómez, quien fuera
esposa de Veitía fue, por muchos años, la única mujer cineasta cubana, hasta
que aparecieron los nombres de Marisol Trujillo, Teresa Ordoqui, Lisset Vila,
Marilyn Solaya, Mayra Segura, Mayra
Vilasis, Rebeca Chávez y Ana Rodríguez, pero hasta hace muy poco, ya casi
terminado el siglo XX ninguna mujer excepto Sara Gómez con el filme DE CIERTA
MANERA, ninguna mujer, repito, había dirigido cine.
Antes que Sara, hizo cine como guionista y productora Margarita
Alexandre pero era española y una de las pocas voces femeninas dentro del cine
cubano junto a Sara. Margarita
permaneció en Cuba once años produciendo y escribiendo para el cine y muy
cercana a Tomás Guitierrez Alea, Manuel Octavio Gómez y Alfredo Guevara
Vuelvo al director Veitía: En 1963, Veitía dirige su primer documental,
para cumplir una amplia carrera como
documentalista hasta hoy. Su nombre
también figura entre los realizadores del mítico Noticiero ICAIC
Latinoamericano cuya dirección general estaba a cargo de Santiago Álvarez. Ha
sido docente en cursos de Historia del Cine y vicedecano de la Facultad de Arte
de los medios de los Medios Comunicación en el Instituto Superior de Arte de
Cuba y desde 1990 está al frente de los Talleres Internacionales de la Escuela
Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños.
La génesis de estos cuatro clásicos de
la cinematografía cubana está en la
llegada de Alejo Carpentier a La Habana en 1973 en un viaje de documentación
para escribir su novela “El Recurso del Método” y ese incansable animador cultural
que fue Saúl Yelín, director de relaciones internacionales del INSTITUTO CUBANO
DEL ARTE E INDUSTRIAS CINEMATOGRÁFICAS, (ICAIC) le propone ofrecer una serie de
charlas sobre temas de arte e historia para los cineastas de Cuba y Héctor
Veitía decidió (bendita la hora) filmarlas para la posteridad.
Nacido en Lausana en 1904, el niño Alexis es hijo del arquitecto
francés (de ascendencia bretona) George Julián Carpentier, y de la rusa profesora de idiomas Ekaterina
Vladimirovna, conocida como Lina Valmont. En 1908 llega la familia
Carpentier-Valmont a una Habana en los albores de la vida republicana en la que
muchos aspectos de su cultura y costumbres, todavía estaban presentes las
influencias europeas, sobre todo de España. Como él mismo comentará, La Habana
era la más española de las capitales latinoamericanas y como hablamos del
musicólogo Carpentier, valdría mencionar en rápida digresión, que lo más cubano
en música en esos años era, el danzón que surgió a finales del siglo XIX creado
por Miguel Faílde a partir de la evolución de la contradanza española, que se
bailaba en Cuba desde el siglo XVIII y que ya, en el siglo XX, se había
acriollado con rasgos de la cultura africana, francesa y española, asimilando otras
nuevas sonoridades como el son cubano y
el son montuno, que se mantenían aún a un nivel muy underground. De esto
hablará extensamente nuestro erudito en su ensayo La Música en Cuba de 1946.
Entonces, se impone hacer
notar un detalle biográfico en apretado resumen: este niño, Alexis, hijo de
francés y rusa, nacido en Suiza, es llevado a Cuba, nación formada por
españoles, africanos y chinos y a los ocho años es matriculado en el Candler
College de La Habana, donde se enseñaba en inglés. A los siete años, Alexis ya
tocaba al piano preludios de Chopin, y obras de Debussy y a los nueve años hace
un viaje familiar a la Rusia Zarista ( prerevolucionaria), Austria y Bélgica y
en una estancia en París estudia en el Liceo Yansón-de-Saillí durante tres meses. A los doce, el padre, rancio bretón, pone en
sus manos las novelas de Balzac, Zola y Flauber. Sin
duda, estamos ante una infancia marcada por un fuerte mestizaje cultural que
obviamente influirá en la formación del personaje que Cuba conocerá después y
que le servirá, (siendo él mismo un crisol de culturas), para entender y amar
ese crisol fundente que ya venía configurándose como “cultura cubana, con
influencias española, francesas, africanas, chinas, colombianas, mexicanas,
inglesa y norteamericana, que no solo marcaron nuestra música, sino muchas de
las formas de ser de la nación cubana.
Volviendo a los documentales de esta
serie, deseo destacar que aquello que llamaron el “estilo Carpentier” se
enmarca sobre todo en la gracia del conferencista que cambia de tono a lo largo
de su exposición, yendo de lo pícaro a lo rigurosamente histórico, de lo
anecdótico a lo científico y de lo trágico a lo hilarante, sin dejar ni el más
mínimo espacio a la pedantería intelectual permitiendo que hasta quien no le
conozca ni haya leído su obra, disfrute de su presencia y su palabra. En fin, que además de un excelente narrador
literario, lo es también en lo oral en un alarde de cultura, información y
memoria (no sin un toque de fabulación graciosa, hay que decirlo) como cuando
nos cuenta, como si él hubiese estado presente en el Teatro Nacional, cuando estalla
un petardo en plena ejecución de Caruso y el barítono huye asustado por las
calles de la ciudad vestido de Radamés, hasta ser detenido por un policía.
Carpentier nos dice aquí hasta los diálogos entre policía y cantante.
Y es que vamos a encontrarnos con un charlista de oficio que
sabe pulsar la atención de sus oyentes apelando a la picaresca criolla y a los
silencios que reclaman atención al callar unos segundos después de una frase
jocosa o de un dato asombroso pero sobre todo un hombre que habla con la autoridad del que ha
visto a La Habana convertirse en ciudad, espectador y actor de la misma.
Destaca Carpentier cómo la vida de la ciudad giraba en esos
primeros años del siglo alrededor del Parque Central. Sin escatimar adjetivos nos habla de lo
surrealista y absurdo de su condición en aquellos momentos. Destacando el contraste
entre el carácter provinciano de su vida diaria y como a la vez en sus calles
se abrían teatros de ópera y bufo, teatro porno, lupanares sofisticados de
francesas y españolas; comercios alemanes, españoles, redacciones de periódicos
y revistas. Al detenerse sobre el punto focal de esa zona de la ciudad, destaca
el famoso Centro Gallego que albergaba al Teatro Nacional (después García Lorca
y actualmente Teatro Alicia Alonso). Nos pide que lo miremos con ojos nuevos
para que notemos que es una de las cosas más raras que puedan verse y, citando
a Dalí y su frase de “arquitectura comestible”, casi nos hace ver la fachada
disparatada del edificio y arremete aquí con una descripción que seguramente
disfrutarán por lo gráfico de sus adjetivos y porque es, sin duda, el mismo
estilo de enumeraciones rápidas pero prolijas, tan barrocas y musicales que usa en sus
novelas. En fin, que habla de La Habana
sin idealizarla, pero destilando gusto y amor por ella.
Por último, quiero llamar la atención sobre una digresión con la
que comienza su charla y que dará pretexto para entrar al tema de los
movimientos políticos con su ingeniosa teoría de la duración de los siglos, en
la que expresa que hay siglos cortos o largos en función de su trayectoria
histórica y el cumplimiento de determinados hitos, y no en función de su
duración cronológica. Casi se disculpa
diciendo que es un poco larga su introducción, pero veremos que es totalmente
justificada cuando cierra la charla con la mención de la generación del 30 (año
límite para la charla) y las premoniciones del poeta Rubén Martínez Villena
sobre el advenimiento de una nueva era de justicia social y, vaticinando él
mismo, que el siglo XX probablemente nos lleve un poco más allá del año 2000.
Lamentablemente
Carpentier muere en 1980 y no alcanzó a corroborar cómo efectivamente la
trayectoria histórica del siglo XX aún está en proceso. No vivió la perestroika
iniciada por Gorbachov en 1985; y la caída del muro de Berlín en noviembre de
1989. Tampoco alcanzó la revolución de las telecomunicaciones que da un gran
salto en1962 y ha continuado después del año 2000 con las comunicaciones
digitales de alta velocidad que han producido el nacimiento de nuevas culturas
y un nuevo territorio no reclamado con más de 2 mil millones de ciudadanos.
La
trayectoria histórica del siglo XX está en pleno proceso y marcando nuevas
pautas a partir del espionaje cibernético como los casos Snowden y Asange. El maestro no vivió el caos creado por el
estado islámico y el terrorismo, hechos que han cambiado todos los paradigmas
en términos político-sociales y, concordando con él, debo decir que el siglo XX
no ha terminado sobre todo porque nuestras naciones vuelven a estar a la espera
de una revolución.
Apaguemos
la luz, demos tres golpes a la mesa, invoquemos el espíritu del maestro y oigámoslo
hablar.
Muchas
gracias.
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