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viernes, 17 de abril de 2015

Thaelman Urgelles. Esbozo crítico de Dauna. Lo que lleva el río

Esbozo crítico. DAUNA, LO QUE LLEVA EL RIO Por Thaelman Urgelles
 

En toda cinematografía nacional se produce una relación porcentual entre el número de obras que se estrenan cada año y su diversa calidad. Así, una obra excelente suele ser la cima de un conjunto bastante mayor de películas producidas; el resto de ellas se repartirá entre algunas de aceptable calidad, un número mayor de obras de mediana factura y con frecuencia una mayoría de películas de escasa ambición creativa y ausencia de logros estéticos. Esto es así aquí, en Hollywood, en Europa, en China, en todas partes.
Pese a los prejuicios y la maledicencia con la que suelen recibirlo los espectadores y no pocos críticos especializados, el cine venezolano ofrece un aceptable “average” de películas dignas con calidad artística, si las comparamos con el conjunto global de lo producido y exhibido. En el año que transitaba apenas un mes de su recorrido, ya el mundo conoció –en la Berlinale 2015- una espléndida obra venezolana: DAUNA, LO QUE LLEVA EL RÍO, la más reciente película de Mario Crespo.
Ya los venezolanos podemos ver, en su actual recorrido por las pantallas comerciales del país, esta obra honesta, elaborada y madura que incorpora varias novedades al patrimonio estético y temático de nuestra cinematografía. En primer lugar, la aproximación intimista a un tema –el indígena- que suele ser retratado por los cineastas como una curiosidad etnográfica, cuando no como un objeto de denuncia socio-política; en segundo lugar, la elevación de un personaje femenino aborigen a la condición de protagonista activo, movilizador de la historia colectiva y agente innegociado de su propio destino individual; y en tercer lugar la generosa entrega, por el autor cinematográfico, de sus herramientas expresivas a los personajes objeto de su historia.
Porque esta es una historia contada desde el mero centro interior de los personajes elegidos para contarla -una pequeña comunidad Warao que habita desde tiempos inmemoriales a las orillas de un caño en el delta del Orinoco- y no a través de ellos, o mediante el uso de ellos como instrumento narrativo. No en balde, Crespo y su equipo eligieron trabajar con los mismos habitantes de la comunidad relatada, en sus mismas elementales chozas y en el mismo rio que por siglos los ha visto nacer, crecer, amar, reproducirse, luchar y morir. Y resultó notable la calidad actoral desplegada por estos espontáneos intérpretes de sí mismos (entre ellos no pocos ancianos, algo arduo de conseguir en cualquier tipo de colectividad), preparados con gran acierto por el maestro de actores Dimas González y conducidos con fina precisión por el propio director, quien posee sólida experiencia de trabajo con “actores” del común, en su extenso trabajo educativo cinematográfico con comunidades del Sahara africano.
Dada esta condición casi hiper-realista, lo que más nos impresionó es que el film no es para nada documental; es ficción pura, sobre personajes reales y posibles, recreados y representados magistralmente por el estupendo guion del propio Crespo e Isabel Lorenz. Un guion que, por otra parte, no asumió una ruta sencilla para contar la historia. Pudiendo conformarse con un relato lineal de la peripecia de Dauna, Crespo y Lorenz eligieron un modelo estructural complejo, en el que la trama se va armando mediante el ensamblaje de trozos aparentemente aislados que sólo adquieren plena significación en la totalidad del conjunto narrativo y hacia el final del relato. En modo alguno desmerecemos a este buen guion si recordamos un par de leves deshilados en el tejido de la red narrativa: en la introducción un tanto abrupta de la historia y en el desenlace sin mayor proceso de una subtrama, hacia la mitad del film.
Por cierto, no es esa estructura una opción presuntuosa de los autores; ella es parte integral de su proyecto artístico, un reflejo primario del desmesurado entorno que desde siempre rodeó a Dauna, a su familia, al hombre que amó desde niña, a sus vecinos y al sacerdote que se acerca a educarlos y mostrarles su Dios. Un orden que sólo se percibe completo, dentro del caos originario que lo conforma, a partir la unicidad que le proporciona el rio, ese co-protagonista imprescindible que brinda norte y sentido a la vida de todos los personajes y ata con firmes lazos los componentes de su historia.
La relación de todos ellos con el rio confiere al film una poesía que no lo abandona ni en los episodios más dramáticos y trágicos, acentuada por la austera fotografía de Gerard Uzcátegui, cuyo mérito mayor, en su indiscutible calidad, es haberse rehusado a las tentaciones del preciosismo visual, en un entorno que lo convoca a cada palmo.
Habría mucho que añadir para comentar en justicia esta película. Para abreviar, hemos de agradecer y felicitar a Mario e Isabel por el espléndido guion, a ella misma y Adriana Herrera por la impecable producción en condiciones de difícil operatividad, a Fermin Branger por el cuidado de los detalles de postproducción, a Alonso Toro por la música hermosa, discreta y pertinente, a Uzcátegui por lo ya expuesto; y a Yordana Medrano, Diego Armando Salazar y a todo el elenco de espontáneos actores aborígenes.
Y por supuesto a nuestro querido Mario Crespo, porque sabemos todo lo que de él puso en esta hermosa obra cinematográfica, nuevo motivo de orgullo para el cine nacional.
@TUrgelles
FICHA TÉCNICA:
Dirección: Mario Crespo
Guion: Mario Crespo e Isabel Lorenz
Producción Ejecutiva: Isabel Lorenz y Adriana Herrera
Fotografía: Gerard Uzcátegui
Montaje: Fermin Branger
Música: Alonso Toro
Director de Arte: Yvo Hernández
Intérpretes: Yordana Medrano (Dauna), Diego Armando Salazar (Padre Julio), Eddie Gómez (Tarsicio)
Distribución: Cines Unidos

jueves, 2 de abril de 2015

DEMOCRACIAS INTERCULTURALES VS GOBIERNOS DE MAYORÍAS...

... a propósito de LO QUE LLEVA EL RÍO.


Por qué LO QUE LLEVA EL RÍO
(Comentarios del director)

Esta película se está gestando en mi mente desde hace más de diez años. En 2001 me acerqué a las comunidades warao del Delta del Orinoco con el objetivo de transferir las herramientas de creación audiovisual  a los jóvenes de la etnia. Convivir con los warao, la segunda etnia en número de Venezuela, me ha dado la oportunidad de observar el proceso de interculturalidad que han vivido, cuyo punto de giro inicial, de más impacto, fue la llegada de los religiosos capuchinos en la primera mitad del siglo XX.  Desde ese momento hasta hoy se han ido adaptando a los cambios que necesariamente les impone convivir con las telecomunicaciones, el transporte de motor, la industria, la religión de los otros y la política.
Para ellos, conservar sus costumbres más íntimas e importantes, su cosmogonía, su lengua y con ella su literatura, que es la base de cualquier identidad, ha sido una batalla dramáticamente silenciosa. Para mí, ha resultado la posibilidad de reflexionar sobre conservación y potenciación de las culturas, lo  cual plantea un dilema desde estos dos conceptos.

¿Conservar o potenciar una cultura?

Una cultura es un sistema sociocultural vivo y siendo así, evoluciona perfeccionándose, adaptándose y creciendo en la acumulación de experiencias y saberes. Se conforma como un sistema de creencias y acciones que definen a un grupo con un mismo idioma y memoria; se transmiten de generación en generación, trascendiendo a las personas que las detentan. Pero como esta herencia no es biológica, sino intelectual, su proceso de adaptación a nuevas condiciones es volitivo y muchas veces hasta violento, pero siempre imprescindible y necesario para la evolución y el desarrollo. 
Desde que una persona viene al mundo, comienza su proceso de culturización, el cual sucede mediante la recepción de símbolos de diferente origen, sean éstos tecnológicos, científicos, políticos, morales o estéticos, que han ido cambiando también de generación en generación. La sociedad que la ha detentado a través de los años y siglos, la ha ido adaptando a las diferentes condiciones económicas, sociales, políticas, religiosas y hasta climáticas. Pero también en el intercambio inevitable y necesario con otras culturas.  Todas las culturas se han ido conformado a partir de grandes migraciones, invasiones, mezclas de todo tipo.  No existen hoy culturas ni razas puras y pretender esto, ya sabemos a dónde nos conduce: segregación,  discriminación, xenofobia, guerras, etnocidio.

Generalmente se relaciona cultura con estética y se cree que preservar danzas, músicas y manifestaciones plásticas ancestrales,  es conservar la cultura. Pero es muy distinto conservar el patrimonio artístico el idioma, la literatura, manteniendo la identidad y el sentido de pertenencia, con el fin de saber de dónde venimos y reconocer la historia, para saber cuánto hemos evolucionado, que conservar las condiciones sociales y económicas, los criterios de organización, las políticas y los valores de un grupo étnico o social determinado. Potenciar o fortalecer una cultura implica la preservación de la memoria cultural e histórica, a la vez que adaptar los valores y costumbres, la forma de pensar y actuar, utilizando aquello que hace más fuerte a la cultura de la comunidad, etnia o nación, desechando todo aquello que la anquilosa y por lo tanto la debilita. Los cambios necesarios para evolucionar, exigen cambios en la cultura.

Conservar es matar. Si pretendemos “conservar” o “preservar” un organismo –y ya establecimos que la cultura lo es- tendremos que matarlo, tal como se coloca una mariposa en un marco o se congela un alimento. Son organismos que ya no evolucionarán más, hemos detenido su proceso de desarrollo biológico. Muchos abogan, a veces sin mala intención, sino con criterios románticos e ignorancia, por la “conservación” o “preservación” de nuestras culturas autóctonas, pretendiendo que comunidades con una ascendencia cultural ancestral, mantengan sus símbolos estáticos.  Con esto, los condenamos al anquilosamiento y detenemos su evolución en aspectos  tecnológicos, científicos, políticos, sociales y éticos. Una vitrina a donde el resto del mundo pueda asomarse.  ¿Deben quedar como piezas “vivas” de un museo?  Por ese camino, nuestros indígenas deberían permanecer en taparrabos, no usar motores, no escuchar la radio ni leer la prensa y lo que es peor, sus valores morales y de organización permanecer enquistados, aún cuando muchos de ellos ya no se observen como justos en el mundo de hoy. Potenciar una cultura, es eliminar cualquier  aspecto que le impida crecer, sobrevivir, y conquistar los adelantos tecnológicos, científicos y nuevos valores, que generen nuevos rasgos culturales. Promover lo  contrario, es la decadencia y la muerte. Es  etnocidio.
 
De esto trata LO QUE LLEVA EL RÍO.  Una película en la que hablo de la utilidad del conocimiento de la cultura heredada y la necesidad de que sus depositarios evolucionen y la hagan crecer al ritmo de los tiempos, sin olvidar ni despreciar aquello que los hizo como son, lo que los une en la diferencia al resto del mundo. Propongo también, que lo verdaderamente moderno serán las democracias interculturales; ya no son viables los conceptos de democracias y gobiernos de mayoría que al fin siempre serán excluyentes.  Conseguir democracias interculturales, es el sueño de quienes abogamos como dijo Martí, por un tronco cultural global en el que se inserten las ramas de todas las culturas, en el respeto a sus formas y tradiciones más íntimas. Unidos en las diferencias. Y es que
la interculturalidad es opuesta por antonomacia a cualquier actitud de  intolerancia y fundamentalismos; pero también se opone al la falacia de la modernidad signado por el llamado "progreso" a ultranza  y la ley del más fuerte que impone su criterio a nombre de una mayoría.  


En LO QUE LLEVA EL RÍO, se enfrentan dos arquetipos sociales en una pareja de amantes. Al proponer una visión diferente, menos romántica de nuestros indígenas, muestro a una Dauna evoluciona socialmente con los tiempos y vive intensamente los valores históricos, mitológicos y artísticos de su cultura, desde su estudio y adaptación a nuevas condiciones sociales y económicas; Tarcisio, su esposo, aferrado a conceptos de organización social atrasados y discriminatorios de la mujer, pretende obligarla a permanecer anclada a ellos entorpeciendo su desarrollo. Él se enquista en modelos viejos, por lo que tiene que desaparecer. Propongo la pervivencia de un arquetipo que evoluciona y la desaparición –consecuentemente- del arquetipo que debe desaparecer.

Entonces, ¿por qué enmarcar la historia  en el  Delta del Orinoco, siendo ésta una historia tan universal?  Para una mujer  indígena, pobre y viviendo aislada en un sitio como el delta de un río, sea el Mekong, el Yan Tse, el Misissipi o el Orinoco, es mucho más difícil demostrar su valía, sobreponerse a atavismos históricos y culturales poniendo en juego toda su capacidad de resiliencia para no ser aniquilada. 




miércoles, 1 de abril de 2015

NUEVAMENTE EN IDEAS DE BABEL

Ahora es el colega director, editor, profesor de cine y crítico LUIS BOND quien dedica un espacio en IDEAS DE BABEL  para hablar de Dauna. Lo que lleva el río.
Me siento muy honrado y satisfecho por las obsequiosas observaciones que ha hecho esta revista digital sobre nuestro filme.  Aquí está. Gracias nuevamente.

Dauna, lo que lleva el río LA UNIVERSALIDAD DE UNA HISTORIA LOCAL, por Luis Bond

Dauma, lo que lleva el ríoVenezuela es un país complicado de retratar en la gran pantalla. El llanero, el gocho, el maracucho, el pescador y el citadino tienen a su vez subdivisiones que se pierden en interminables ramajes. Caer en lugares comunes o escarbar en una primera capa es algo muy sencillo cuando queremos explicar qué es ser venezolano. Ni hablar de esas fotografías de postal que enseñan a Venezuela en todo su esplendor, pero que terminan transformándose en una muletilla visual cuando se graban ciertos paisajes del país. Sin lugar a dudas, uno de los temas más susceptibles de caer en el cliché visual es el indígena, sobre todo por el gran trabajo documental que se ha hecho al respecto, abrumando cualquier intento de hacer ficción del mismo. Una labor que encaró con valor Mario Crespo y que comienza a cosecharle frutos. Después de su merecido estreno en Berlinale llega a nuestra cartelera Dauna, lo que lleva el río, la primera película venezolana hablada casi por completo en warao y cuya localidad sirve de reflejo para contar una historia harto universal: la lucha de una mujer contra la sociedad y sus ganas de trascender en el tiempo.
Dauna, lo que lleva el río narra la vida de Dauna (Yordana Medrano), una joven warao que desde muy pequeña se interesó por aprender castellano y ver más allá de las fronteras que le imponen las tradiciones de su etnia. Algo que le traerá choques con su familia, su etnia y su amor platónico Tarsicio (Eddie Gómez). A través de un guión diacrónico, conocemos la infancia, adolescencia, adultez y vejez de Dauna, sus triunfos, contratiempos y a todo lo que tuvo que enfrentarse para salir de su comunidad y cumplir sus sueños. Contrario a lo que podría pensarse, el fin último de Dauna no es viajar a la ciudad y olvidarse de sus raíces: sus ansias por aprender son precisamente para darle a conocer al mundo la cultura warao, investigarla y dejar registros de sus ancestros. Una labor que parece encomiable, pero que será mal interpretada por su comunidad, haciendo que Dauna sea rechazada por todos. Por suerte, la joven warao contará con el apoyo de un pastor (Diego Armando Salazar) y su padre para lograr sus metas y hacerle frente a todas las contrariedades que le suceden.
Desde su primer plano hasta el último, Dauna, lo que lleva el río transpira sinceridad. Más allá de su historia, la película tiene una puesta en escena sencilla, austera e intimista. La cámara de Mario Crespo se pasea casi de forma documental a través de la vida y tradiciones de los warao, pero sin sucumbir a la belleza del paisaje o la curiosidad antropológica. Por supuesto, en su metraje conseguimos retratados varios aspectos de esta etnia indígena (como su mitología, ritos, comidas y tradiciones), pero todo esto sirve como el telón de fondo en el cual Dauna se mueve, separándose por completo de cualquier tentación de perder el hilo narrativo de la ficción. Un esfuerzo encomiable al ser muy fácil el sumergirse en una cultura tan interesante y con paisajes que hipnotizan. A esto se suma un casting de primera y actuaciones convincentes que logran expresarse más a través del silencio y de los gestos que por el diálogo. El éxito de Dauna, lo que lleva el río, radica en no quedarse en la anécdota local y utilizar una historia pequeña para reflejar algo muchísimo más grande de lo que parece. La lucha de Dauna es la misma que la de muchas mujeres que intentan superar los límites que la sociedad les impone. Una batalla que, a su vez, fácilmente podría ser el espejo de cualquier persona en cualquier contexto, identificándonos con la joven warao desde que conocemos su historia. Gracias a esto, la película logra esa difícil tarea -y que tanto tenemos que trabajar en nuestra filmografía- de poseer sabor venezolano, ser autóctona y local, pero sin por eso perder su universalidad. Una de las grandes películas de este año y de las que se han atrevido a sumergirse en la cultura indígena para ver más allá de lo evidente. Esperemos que el recorrido por festivales de de Dauna, lo que lleva el río siga su curso para que nos siga representando en el extranjero como debe ser.
Lo mejor: El guión diacrónico que engancha desde el principio. La dirección de fotografía. El casting de toda la película. Las actuaciones de los principales. Su puesta en escena casi documental. La utilización del recurso de la animación para explicar los mitos indígenas.
Lo malo: Llega con muy pocas copias a nuestra sala. Su trailer no engancha y la pinta como si fuese una película por encargo para promover la cultura indígena. Por su tempo, puede llegar a ser lenta para algunos.

Alfonso Molina escribe sobre DAUNA

Alfonso Molina es uno de  los críticos de cine más importantes de Venezuela. Ahora en su periódico digital #IDEAS DE BABEL dedica un espacio a hablar de nuestra película muy positivamente.
#CINEVENEZOLANO  #DAUNA

Dauna lo que lleva el río
Yordana Medrano interpreta a la Dauna adulta en el film de Mario Crespo.
A primera vista parece un documental antropológico pero no lo es. Se trata, esencialmente, de un drama de fuerte carácter femenino ambientado en la comunidad warao del Delta del Orinoco, desde mediados de los cincuenta hasta nuestros días, aunque en rigor esta historia podría suceder en cualquier sociedad o cultura de los cinco continentes. El poder de la tradición —labrado desde la perspectiva masculina— sobre las necesidades físicas y emocionales de la mujer es universal, como universal es también la lucha de la mujer para cambiar sus condiciones de limitación. Allí reside el concepto principal de Dauna, lo que lleva el río, primer largometraje de ficción de Mario Crespo, cineasta cubano asentado en Venezuela desde hace décadas, con una larga trayectoria en el documentalismo y el cine para televisión tanto en Cuba como en Venezuela. Su film narra la vida de Dauna, desde niña hasta adulta, como corriente que fluye desde la inocencia hasta la rebelión. Como un río. Se trata de la lucha eterna entre tradición y modernidad, dos conceptos distintos pero necesarios. La historia de una mujer que requiere avanzar y ampliar sus horizontes permite comprender las limitaciones conceptuales ybprácticas de una sociedad, ya sea warao, criolla o universal.
Narrada de forma multitemporal, la película de Crespo expone el ansia de superación y la triple condición de sometida de su personaje: la tradición familiar indígena, la hegemonía masculina y la ausencia de institucionalidad educativa en la región. Sus sueños de desarrollo intelectual la conducen a aprender el español porque la lengua original es la patria emocional —como decían los polacos, tantas veces invadidos, siempre resistiendo— pero también puede ser una prisión del alma. Gracias a un sacerdote que habla warao —el padre Julio— la Dauna niña comprende sus posibilidades de abrirse camino en el plano intelectual y creativo, fuera del Delta del Orinoco. Su familia la apoya, también Tarcicio, su novio, pero en un momento dado se quiebra la armonía. Tradición o modernidad. Ese dilema inicial se convierte en postulado de liberación con el tiempo. Y Dauma es fiel a sí misma, a su cultura y a sus posibilidades de crecer. Este proceso personal está muy bien contado en la medida que Crespo ha rechazado el folclorismo y la visión maniquea para construir la densa red emocional de su Dauna y los personajes que la rodean.
De cierta manera la película propone un parábola entre el destino de Dauna y su comunidad warao. Ambos deben conservar sus raíces pero también deben plantearse los retos de la globalidad. Borrar las fronteras artificiales, establecer vínculos culturales, ampliar sus miradas, cuando la tecnología ha transformado de manera radical las relaciones entre los seres humanos y ha ofrecido mayor acceso al conocimiento. Pero ese choque no sólo lo registra la tradición warao. También lo sufre la Iglesia, cuyas autoridades limitan la vocación transformadora del padre Julio y lo obliga a abandonar su oficio… mas no su fe. Curiosamente, quien más apoya a Dauna es su padre, quien no habla español pero entiende las necesidades de su hija.
En Venezuela hay una larga tradición de documentales sobre el tema de las etnias originales. Pocas obras de ficción. Antes vimos Tokyo Paraguaipoa, de Leonardo Henríquez, Cenizas eternas, de Margarita Cadenas, y Wayú, la niña de Maracaibo, de Miguel Curiel. Las tres están narradas desde una perspectiva foránea. Un japonés, una caraqueña o un vasco actúan en la Goajira o el Orinoco. Ahora cambia la visión. Dauna, lo que lleva el río es la segunda película venezolana de ficción hablada en idioma indígena. La primera fue El regreso, de Patricia Ortega, en lengua wayu con subtítulos en castellano. Ambas comparten el punto de vista interno, en el espacio de los warao o de los wayú. Las dos hablan sobre el futuro de sus etnias.
Crespo logró una admirable unidad de estilo que se expresa en el trabajo de la imagen de Gerard Uzcátegui, el ritmo de la narración de Fermín Branger, la precisión de la ambientación de Yvo Hernández, la expresividad sonora de Gustavo A. González y la cadencia de la música de Alonso Toro. También esa unidad se apoya en las muy convincentes actuaciones de Francia Torres, Yordana Medrazo, Tibisay Torres y Teresa Farrera, en las cuatro etapas de la vida de Dauna, y de Diego Armando Salazar como el padre Julio, y Alí Bolaños como el padre de Dauna. No hay que olvidar a Marco Antonio Figuera, Yonh Maikel Figuera y Eddie Gómez en las tres etapas de Tarcicio. Los intérpretes warao contaron con el asesoramiento del reconocido actor venezolano Dimas González.
Pero esa unidad debe sobre todo su armónica coherencia al trabajo guionístico, nada fácil, muy complejo, de Isabel Lorenz y el propio Crespo. La película está contada desde la mirada subjetiva de su personaje principal. Toda la trama se arma alrededor de ella. Los tiempos se alternan, las circunstancias cambian, el drama se desarrolla y serpentea, pero siempre Dauna está allí, con su razón y su lucha, también con su afectividad.
Una reflexión final. Varias de la últimas óperas primas nacionales —no todas, afortunadamente— han querido universalizarse y abstraerse de la realidad venezolana. En un país donde la cotidianidad nos abofetea. Ejecutan una suerte de ruptura con la tradición de cine social que se ha hecho en Venezuela desde los años sesenta. Siento que hay un mayor vínculo con la técnica narrativa que con lo que nos sucede como país. Un distanciamiento no brechtiano sino vergonzoso. En ese panorama se presenta, en cambio, Dauna, lo que lleva el río, como un film referido directamente a una etnia y un país, a una cultura y una realidad muy concreta, muy local pero también universal. Una película importante que se aparta del camino de las convenciones.
DAUNA, LO QUE LLEVA EL RÍO, Venezuela, 2014. Dirección: Mario Crespo. Guion: Isabel Lorenz y Mario Crespo. Producción: Adriana Herrera, Fermín Branger, Isabel Lorenz y Mario Crespo. Fotografía: Gérard Uzcátegui. Edición: Fermín Branger. Sonido: Gustavo A. González. Dirección de arte: Yvo Hernández. Elenco: Yordana Medrano, Diego Armando Salazar, Eddie Gómez, Teresa Farrera, Tibisay Torres. Distribución: Cinematográfica Blancica.

El afiche animado de LO QUE LLEVA EL RÍO

El diseñador de la gráfica publicitaria de la película LO QUE LLEVA EL RÍO ( En Venezuela, DAUNA. Lo que lleva el río) Carlos González, ha realizado una animación de su poster que les dejo aquí para que lo disfruten.
Al animarlo,  el diseñador  destaca aquellos elementos del afiche que simbolizan las características más resaltantes del personaje y su conflicto.  Sugiero subir el volumen a las bocinas, para que puedan  apreciar también la magnífica música de Alonso Toro.